La semana pasada acudí con mi hija de 19 años, en la noche, a disfrutar de una película. Al entrar a la sala del cine nos topamos con la ingrata costumbre de casi todos los ecuatorianos, de “guardar asientos” que no están ocupados por nadie, pero que sus “dueños” no permiten que sean usados.
Al percatarnos de que había dos asientos vacíos sin nada encima como mochilas, fundas, etcétera, que pudiera indicar o presumir que estaban “ocupados”, nos sentamos. Luego de habernos acomodado escuchamos una voz que venía desde atrás y decía que dichos asientos estaban ocupados para sus amigos, quienes no se encontraban en ese momento, pero que después de 15 minutos llegarían.
Llegaron luego esas personas “dueñas” de los asientos y comenzó el mal momento; era una pareja entre la cual se encontraba un personaje público al que yo hasta ese momento admiraba por la actividad teatral que realiza.
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Bochornosa, aberrante, vergonzosa, y no sé cómo más describir la actitud de esa persona que nos reclamó por “sus asientos”, como si los hubiera comprado. Nos dijo toda clase de improperios, amenazas y hasta maldiciones, aprovechando que las luces estaban apagadas. ¿Cierta gente porque se cree “famosilla” o “conocida”, acostumbra a hacer estos escándalos?
Mi hija, a pesar de su edad, por todas esas agresiones sintió temor, ya que dicho agresor tuvo como cómplices a sus amigos y la oscuridad. No salí de la sala porque me sentí ultrajada, maltratada junto a mi hija, por el “pecado” que cometimos de ocupar unos asientos que estaban disponibles para cualquier usuario que como nosotras, ya habíamos pagado nuestra entrada al cine y que lo único que deseábamos era pasar un momento de esparcimiento.
Esperé a que terminara la proyección de la película para reclamarle al tipo, ya con las luces prendidas; pero era de esperar, no dio la cara y salió corriendo de la sala inventando que respondía a una llamada a su teléfono celular, haciendo caso omiso a mi reclamo.
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Este hecho lo puse en conocimiento del administrador del cine, pero mi error fue no comunicarlo en el mismo momento que ocurrió para que le hubieran llamado de atención.
Yazmina Sosa Moreno,
licenciada, Guayaquil