Cecilia Ansaldo Briones
La noticia de la ampliación de redes de Facebook me impele a meditar sobre esta impresionante realidad informática. Empiezo por declarar que cuando cuento a mis conocidos que figuro en ella, se sorprenden.
Naturalmente, las amistades de mi generación. Este hecho comprueba que los asiduos a la comunicación electrónica están tajantemente divididos por edades. Todavía hay personas que carecen de cualquier tipo de relación con las computadoras. Otras que las usan con discreción, como máquinas de escribir más cómodas, a lo más, para los rápidos e-mails.
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El fenómeno Facebook es otra cosa. Es tan amplia la red de conexiones que ofrece a sus usuarios, tan diferente el concepto de vínculos que ha ido imponiendo, que hay que reconocerle su participación en un nuevo diseño de las relaciones humanas y de actitud ante los demás. “Estar en Facebook” hace sentir a sus miembros parte de una logia enorme, de una tribu que se asienta solamente en el hecho de ser “aceptado o no”, es decir, de presionar una tecla. Cultiva, al mismo tiempo, dos facetas contradictorias: el sentido de grupo y la exhibición. Moldea otra definición de privacidad.
“Hablo para mis amigos, comparto con mis amigos” parecería ser la consigna. Pero el grupo de amigos se puede contar por centenares, por miles. Todos sabemos cuánto influyó en la campaña del presidente Obama haber figurado en Facebook. Los políticos nacionales ya le echaron el zarpazo a este recurso (ocasionalmente recibo la solicitud de tal o de cual para ser incluido en mi red personal: como es obvio, me niego). Entonces, un falso sentido de la amistad posee a olas de personas, movilizadas por un artificial sentido vinculante. ¿Acaso en esas plataformas no se miente, no se disfraza la personalidad, no se cuenta “hazañas” imaginarias?
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A más de poner los datos personales a disposición de los hackers, este concepto de comunicación –decía– saca nuestra faceta exhibicionista (¿todos la tendremos?) porque la primera demanda del Perfil es la pregunta “¿Qué estás pensando?” o “¿Qué estás haciendo?”. Leer las respuestas de “desayunando” o “camino a la playa” me hace sonreír. ¿Qué satisfacciones psicológicas se atienden con esas “revelaciones”?, me he preguntado, y sigo sin ver claro los móviles de mucha gente al describir, enumerar y poner fotos de los rincones más cotidianos y ordinarios de sus vidas. Alguien me dirá: “compartir las pequeñeces es compartir la vida concreta”. Yo la acepto como contestación que determina, precisamente, el rumbo y la calidad de las auténticas relaciones humanas. Todavía creo que mostrar acciones que se supone todos realizamos, no tiene la menor importancia.
Que se usa para mal, también está probado. Conozco casos de un cierto espionaje, de robo de claves, de opiniones malévolas, de máscaras sociales.
Allá cada uno con su conciencia y estilo. Qué consecuencias traerá, a la larga, esta clase de nexos en la vida humana, está por medirse. Mientras tanto, yo veo crecer mis conexiones con ex alumnos regados por todas las partes del mundo. Soy más espectadora que partícipe activa. Me complazco en el éxito de sus vidas, en el crecimiento de sus familias, en cierto intercambio de añoranzas. Sin que valga por completo la sentencia de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, coincido con ellos en el valor de los recuerdos.
Esa es mi particular valoración de Facebook. Entiendo que cada uno siente y vive la suya.