No hay en Madrid una estampa que se imponga tanto en el imaginario del grupo de inmigrantes como la de la presencia de lectura en las calles. Eso de dejar que los minutos transcurran frente a un libro en los medios de transporte o en las bancas de las aceras o parques llega, incluso, a convertirse en seña de identidad de la ciudad para los ojos de los nuevos vecinos.