Algunas amistades son para siempre. Un ejemplo de esto es la existente entre un santo de madera y un ídolo de piedra que comenzó hace 470 años en la comuna de Chongón, según una leyenda local.
Actualmente, ellos se encuentran a escasos 250 metros: San Jerónimo en el altar de la iglesia y el mono sobre un pedestal del parque. Ambos con devotos sagrados y profanos.
Publicidad
Las primeras noticias de esta legendaria camaradería están en el libro Leyendas, tradiciones y páginas de la historia de Guayaquil que J. Gabriel Pino Roca publicó en 1930.
Pino Roca afirma que todo comenzó en 1534 cuando el primer conquistador español Juan Enrique de Guzmán llegó a Chongón, fundado y habitado por caribes. Siendo el nombre del poblado Chom-non que significa: Mi casa ardiente. Entre los ídolos que los nativos rendían culto sobresalía “un simio, en actitud de saltar, groseramente tallado en piedra gris dura”, describe Gabriel Pino. Los padres dominicos en aras de imponer su religión, el 30 de septiembre de 1539 celebran la primera misa presidida por San Jerónimo, imagen recién tallada en Quito. La capilla fue levantada frente al mono.
Publicidad
Pero lo que molestó a los dominicos es que los mismos nativos que asistían a misa y se postraban ante el Santo Patrono de Chongón, apenas salían del templo se rendían ante su idolatrado mono de piedra que daba su espalda a la iglesia.
El tiempo pasó pero la profana adoración no. Una noche, la santísima paciencia de fray Baltazar de la Cava se agotó y ordenó desalojar al ídolo y abandonarlo monte adentro. A la siguiente misa no asistió un solo nativo, los únicos feligreses eran los soldados españoles que desaparecieron al ídolo. Una mañana después, ¡oh sorpresa! San Jerónimo también desapareció de la iglesia.
Después de intensas búsquedas los soldados encontraron al santo junto al mono en el sitio donde había sido abandonado por sus secuestradores.
Por un tiempo todo volvió a la normalidad. Pero el sacerdote no estaba conforme. Una noche ordenó enterrar al mono en un apartado y profundo pozo. Y otra vez, pese a las seguridades del templo, volvió a desaparecer San Jerónimo. Sin la protección de San Jerónimo y el mono, la desolación se apoderó de Chongón. Así sucedió hasta que fray Baltazar fue iluminado por una inspiración divina, acudió al sitio e hizo desenterrar el pozo y surgieron el santo y el mono. Entonces los comuneros y la iglesia pactaron una convivencia pacífica: El santo en la iglesia y el mono en la plaza. Desde entonces reza el adagio popular: “Grandes amigos e inseparables son: San Jerónimo y el mono de Chongón”.
Para ir más allá de lo que cuentan los libros es necesario abordar un bus y después de 27 kilómetros llegar a la hoy parroquia Chongón, con una población de 15 mil habitantes.
Es domingo y en la iglesia los feligreses con rezos y cánticos aguardan por la misa del mediodía. En el altar, a la izquierda de un Jesús crucificado, está San Jerónimo sosteniendo una Biblia con la mano derecha. Es reconocido como el Doctor de la Iglesia porque a petición del papa San Dámaso tradujo al latín la Biblia. Murió el 30 de septiembre del año 420, fecha que todos los años en Chongón es recordada con celebraciones religiosas, bailes y juegos pirotécnicos.
El actual párroco es el sacerdote lojano Antonio Rioja, que recién hace cuatro meses llegó y dice desconocer la leyenda. “Pero sé que aquí hay mucha devoción hacia San Jerónimo”, indica. Además ahora hay una edificación municipal entre la iglesia del santo y el parque del mono.
En Descripciones etnográficas, libro que Silvia G. Álvarez publicó hace cinco años, se recoge un testimonio que da cuenta de la relación de los monos del sector y la importancia del ídolo: “Los monos anunciaban el cambio de clima, las estaciones; él era el guía, prácticamente mostraba todas las facetas de la naturaleza. (...) Dice la costumbre que hay que besarle el rabo en señal de suerte”.
Los jóvenes que pasan por el parque manifiestan que ignoran la relación entre el santo y ese mono que alguien ha pintado de color claro. Quien sí sabe esa historia es Domingo Valdiviezo Posligua, de 71 años, quien vive frente al parque. El anciano cuenta que antes la estatua andaba rodando, luego se la colocó sobre un pequeño pedestal pero los niños se trepaban sobre el mono. Hace unos 25 años, los comuneros –entre ellos Valdiviezo– recolectaron dinero y en una minga elevaron el pedestal “para darle la consideración que él se merece”.
Don Domingo cuenta que existe la creencia, que casi está desapareciendo, de “que si se le besa el rabo al mono todo va bien. Lo que se desea se consigue. Por ejemplo, si algún joven quiere una hembra y se le hace dificultoso se recurre a la fuerza del mono”.
Comenta también que los abuelos creían que el mono cambiaba de posición para anunciar si el tiempo iba a ser bueno o malo para las cosechas. “Por eso, cuando lo elevamos en el pedestal lo ubicamos mirando al norte”, recuerda convencido.
Cuando se le pregunta si todavía hay personas que besan al mono, Valdiviezo, acariciando al ídolo de piedra porosa, cuenta: “Me ha tocado ver gente que en dos y tres carros vienen de Quito a besarle el rabo al mono”.