Tema
La mudez y la sordera
Normalmente la mudez es hija de la sordera. Eso fue lo que me dijo un sacerdote, hace ya 45 años, cuando yo no imaginaba que llegaría a ser colega suyo.

Viajábamos en tren. Y el sacerdote en cuestión resultó haber sido por un tiempo sordomudo. Me explicó que se quedó sin audición, a causa de una enfermedad, teniendo pocos meses. Y que al no poder oír, no pudo aprender a hablar.

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Mas, como escuchó sonidos antes de quedarse sordo, pudo, con paciencia y tiempo, lograr una aceptable comunicación con los demás.

Primero le enseñaron a diferenciar las vibraciones que causaban en el pecho y en el cuello las letras y diptongos. Y después a pronunciar aproximadamente esos sonidos. Por último aprendió a “leer” el movimiento de los labios.

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Estudiado a duras penas el bachillerato, sintiéndose llamado al sacerdocio, manifestó su anhelo de poder servir a sus hermanos sordomudos.

El obispo le facilitó estudiar con preceptor y le ordenó después de varios años. Fue el segundo sacerdote sordomudo en todo el mundo. Como usted comprenderá, nunca más he repetido un viaje como aquel. Tanto por la personalidad del medio sordo y mudo,  como por lo que nos contó a los siete que viajábamos con él.

Para explicar que la atención de sordomudos requiere conocer su silencioso mundo, nos contó cientos de sufrimientos de estos hombres y mujeres. Y en un momento dado, después de unos segundos de silencio,  advirtió a los presentes: “De todos modos, hay sorderas peores que las del oído”.

Uno de sus oyentes era una muchacha de unos quince años. Y cuando el sacerdote habló de esta sordera horrible, se levantó y abandonó el compartimento no pudiendo disfrazar su llanto.

Nunca supe qué la conmovió. Pero siempre sospeché que fue la voz de su conciencia la que le gritó.

Hoy evoco este recuerdo por el sordomudo que curó Jesús tocando sus oídos y su lengua. “Al momento –nos dice hoy el evangelio– “se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y hablaba sin dificultad”.

¡Qué cosa tan maravillosa oír! ¡Qué cosa tan maravillosa hablar! ¡Qué cosa tan maravillosa oír a Dios, y arrepentirse, como la joven de aquel tren, por todas las sorderas voluntarias!

¡Y qué maravillosa cosa hablar de Dios, igual que aquel ex sordomudo sacerdote!