“Si llegué a algo se lo debo a mi familia”, repiten los futbolistas cuando alcanzan el estrellato. Sin embargo, la familia se ha transformado en un incordio en los clubes y asociaciones que desarrollan el fútbol infantil. Al menos en la Argentina, aunque seguramente sucede en otros lugares. La ansiedad de los padres por convertir a sus hijos en estrellas, el deseo de que el niño redima las frustraciones paternas y, muy especialmente, que se convierta en un salvavidas económico para todo su árbol genealógico, provoca serias distorsiones en la actividad.

La escuelita de fútbol, que debe ser un espacio de diversión en niños de 8, 9 y hasta 12 años, termina siendo una tortura para el propio chico. Los padres van a cada entrenamiento, por supuesto también a los partidos, se paran a centímetros de la raya y comienzan a dar indicaciones, al margen de las del técnico, exigen al chico, lo presionan, protestan a los rivales, insultan al árbitro y, si el entrenador cambió a su hijo por otro jugador, lo critican por lo bajo. “Este no sabe nada”.

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Jamás olvidaremos una jornada de divisiones menores en la que se medían Banfield y River. Jugaban cuarta, quinta, y sexta División. A nuestro lado, desde que comenzó el partido de quinta, un padre no paró de impartirle indicaciones a su hijo, que jugaba de puntero izquierdo en el club de la banda roja: “Abrite, Cristian…”, “Pedí la pelota…”, “Patealo vos el tiro libre…”, “Desmarcate…”, “Dale… dale, poné la pierna…”, “Reclamá, ¿no ves que te hizo foul…?”, “Corréeeeee…”

Era un martirio. La escena se desarrollaba en un entorno amateur, una cancha reglamentaria, aunque sin tribunas, sólo con amigos y familiares detrás del alambrado. Todos lo escuchábamos, incluído el técnico, que estaba a unos metros. Cuando iban unos 30 minutos del segundo tiempo, el chico se acercó corriendo al alambre, sumamente alterado y en tono casi suplicante, le pidió: “Pará, papá, por favor…” Lo estaba sometiendo a una presión y una vergüenza desesperantes.

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Otro señor, unos metros más acá, estuvo todo el tiempo alabando las virtudes del centrocampista riverplatense. “¡Qué jugador el cinco…!”, “¡Cómo la pisa el cinco…!”, “Es un fenómeno…” Todo así. Se nos ocurrió preguntar quién era el señor y otro habitué de los partidos de River Plate nos dijo: “Es el padre del cinco”.

El reputado diario La Nación publicó ayer un magnífico artículo de Martín Castilla sobre esta materia, en el que desnuda el submundo de pasiones y presiones que es el baby fútbol, donde infantes que debieran jugar fútbol en su sentido más lúdico, terminan viendo a sus padres gritando con el rostro desencajado y hasta peleas de grandes por partiditos de chicos. Hay partidos calificados de “riesgo” en los que se pide presencia policial.

“Algo anda mal en el fútbol de menores”, señala Sergio Batista, entrenador de la Selección Argentina Sub 20. Y agrega: “un técnico de chicos de ocho años dice que a la noche, después de cada partido, debe tomar una pastilla para poder dormir. Estamos todos locos”.

Batista nos refería que hay entrenadores de divisiones inferiores que le piden que no convoque jugadores de su club a la selección porque los necesitan para jugar y ganar, porque si no muestran resultados, los echan a ellos.

“El fútbol entre chicos debe ser un juego”, opina Ramón Maddoni, director general de las infantiles de Boca Juniors, considerado un talento en el arte de descubrir talentos. “Una de las cosas más importantes cuando se trabaja con chicos es saber diferenciar entre lo prioritario, que es la enseñanza, y lo accesorio, que es el resultado. Los padres y los entrenadores deben tener claro esto”, explica Maddoni.

La crisis económica, el desempleo y la pobreza son otros ingredientes de un combo inquietante. Las escandalosas fortunas que cobran los divos del fútbol, como Cristiano Ronaldo, Messi o Kaká, su mediatización y divinización, afiebran las mentes de los padres que alguna vez llevaron a su hijito a practicar y les dijeron: “Su hijo juega bien, lo vamos a fichar”. ¡Para qué…!  Y los empresarios son la frutilla del postre. Pululan ya en ese nivel y para asegurarse a los chicos desde los 7 u 8 años (caso contrario los pierden), les ofrecen indumentaria, zapatillas, un viático y en algunos casos hasta un auto usado para el padre.

Hernán Medina, quien trabaja a las órdenes de Maddoni, amplía: “Los padres se ponen bastante nerviosos, quieren que sus hijos jueguen, hagan goles y que les aseguren que llegarán a Primera. Nosotros no podemos entrar en esa locura, estamos para formarlos y darles herramientas para que mejoren su técnica.”

Castilla lo describe con notable crudeza: “Canchitas convertidas en ollas de presión, torneos transformados en descarnadas competencias y cargados de intolerancia. Locura, desesperación y violencia en las puertas mismas de la infancia. El fútbol infantil, una excusa”.