El gasto militar de los gobiernos latinoamericanos oscila entre los $ 47 mil millones y los $ 50 mil millones por año, casi el doble de lo que se destinaba hace cinco años. ¿Se puede, entonces, decir que existe una carrera armamentista en la región?
Los criterios son diversos, pero apuntan a que el rearme se relaciona a los desacuerdos históricos entre algunas naciones (conflictos marítimos o territoriales), la insurgencia y el narcotráfico, las luchas por liderazgo, las diferencias ideológicas y la carga de desconfianza acentuada tras el bombardeo colombiano en Angostura (Ecuador), en marzo del 2008.
La anunciada presencia militar de Estados Unidos en bases colombianas ha llegado a tensar las relaciones regionales.
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Venezuela, Bolivia y Ecuador rechazan esas bases extranjeras; otros gobiernos de la región han evitado condenar abiertamente el convenio, aunque han mostrado también su inquietud, pero en términos diplomáticos.
Con la “etiqueta” del llamado socialismo del siglo XXI o sin ella, los últimos gobiernos de la región han visto en la defensa y la seguridad nacional a un escuálido al que hay que nutrir. Sin embargo, casi al borde del empacho, algunos han llevado a que prácticamente se duplique el gasto militar en cinco años.
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Con encendidos discursos contra Estados Unidos como telón de fondo (o, por el tono de los mandatarios, como el “telón de acero” que hacía alusión a la división ideológica en la Guerra Fría), Latinoamérica ha visto engrosar en más del 90% su inversión en materia castrense.
Esta es la conclusión de The Military Balance 2009, un informe que prepara cada año el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés), con sede en Londres, sobre la inversión y el equipamiento militar de 170 países.
América Latina, según la organización, destinó $ 24.700 millones en el 2003 y un lustro después (es decir, en el 2008) gastó $ 47.200 millones, aunque otras entidades de la región ¬como el Centro de Estudios Nueva Mayoría, de Argentina¬ hablan de un monto que supera los $ 50 mil millones. No obstante, en cualquier caso, estas cifras representan menos del 10% de lo que destina Estados Unidos.
Justamente las siete bases militares que Colombia planea que Estados Unidos use, en el marco de un acuerdo militar que no termina de cuajar en la región, han sido el elemento generador de una nueva polémica local.
“Los debates sobre una más amplia identidad de defensa de América del Sur fueron estimulados por la crisis que ocasionó la incursión de Colombia en Ecuador”, señala la IISS en su informe y resalta, asimismo, las iniciativas de cooperación que los gobiernos están dispuestos a promover en esta materia.
Entre las razones para el rearme que analistas y autoridades han citado se encuentran la insurgencia (la guerrilla y los paramilitares en Colombia y, en menor medida, en Perú) y el narcotráfico; una temida “invasión” de Estados Unidos o Colombia, en el caso de Venezuela, Ecuador y Bolivia; los conflictos que Bolivia tiene con Chile y Perú por la salida al mar y la disputa de estos dos últimos países por los límites marítimos.
De hecho, cuando Chile anunció hace dos semanas su intención de adquirir 18 aviones usados de combate F-16 a Holanda y confirmó que conversa con Rusia para una eventual compra de helicópteros MI 17, Perú expresó su preocupación y consideró que incita a una carrera armamentista en la región. Chile también compró diez fragatas, dos submarinos, diez F-16 y tanques Leopard II alemanes.
Este reequipamiento también ha motivado a poner la mirada en países ajenos a la región para establecer vínculos comerciales o de cooperación en materia militar. Este es el caso de naciones como Rusia, Irán e Israel.
¿Pero se puede hablar de una carrera armamentista en la región? El IISS considera que no porque la mayoría de los equipos militares datan de los años 50 y 60 y esta inversión, en muchos de los casos, corresponde a procesos de modernización.
El Gobierno de Rafael Correa, por ejemplo, presupuestó más de $ 57 millones para la repotenciación de las aeronaves de la brigada aérea hasta el 2010. A finales del 2008 compró 24 aviones Supertucano para la vigilancia en la frontera norte por $ 270 millones. Comprometió $ 23 millones para adquirir seis aviones no tripulados a la empresa IAI de Israel, $ 47 millones para siete helicópteros a Industan de la India, $ 60 millones para dos sistemas de radares para la frontera con Colombia, entre otros.
Otro criterio tienen analistas como Alexei Páez, experto en temas castrenses y miembro del Centro Andino de Estudios Estratégicos (Cenae), que investiga políticas de defensa en la región. Para él es clara la carrera armamentista y considera que las tensiones entre países de la región (ya sea por límites marítimos o territoriales) y la “política radical pro norteamericana” de Colombia han contribuido a acentuar la tendencia.
Cree que también ha incidido, principalmente en los países andinos, la retórica del antiimperialismo, las corrientes de izquierda, el fracaso del neoliberalismo y la relación que hacen con las élites tradicionales. “No se trata de una guerra contra Estados Unidos, pero si hay guerra entre nosotros, Estados Unidos se decantaría por Colombia”.
Además, Rusia anunció esta semana su interés de ofertar armas a Ecuador y, de hecho, Correa tiene previsto viajar en octubre a ese país. El ministro de Seguridad Interna y Externa, Miguel Carvajal, defiende acuerdos en esta materia con países como Rusia, Israel, Irán o China, algunos iniciados en anteriores administraciones.
Pero quien lleva la batuta indiscutible en las relaciones con Rusia es el presidente Hugo Chávez, que ha firmado contratos por más de $ 4.400 millones para que lo abastezcan de armamento. En los últimos cuatro años le ha comprado 24 aviones caza Sukhoi-30 y de unos 50 helicópteros artillados por $ 2.000 millones, según datos oficiales rusos, además de 100.000 fusiles AK-103. Venezuela compró armas por $ 71 millones entre el 2002 y el 2004, pero subió a más de $ 4.000 millones entre el 2005 y el 2007.
Para Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Nueva Mayoría, es exagerado hablar de una carrera armamentista en la región porque, a nivel mundial, es la que dedica menor porcentaje del PIB al gasto militar.
“Chávez ha sido un factor importante en la generación de la tensión que ha justificado algunas de las compras de armas. Además, sus adquisiciones en Rusia generaron preocupación y no solo en Colombia”.
Esta semana Bolivia anunció que comprará armamento y aviones de China o Rusia para proteger sus fronteras y luchar contra el narcotráfico, ante el veto de Estados Unidos a su intento de adquirir helicópteros Bell-UH de ese país. De hecho, Evo Morales firmó acuerdos de cooperación militar y técnica con ese país hace seis meses.
Pero Chávez, que ha anunciado que sustituirá las importaciones de productos desde Colombia por los de países “verdaderamente amigos”, nada ha dicho sobre dejar de vender entre 1,2 y 1,5 millones de barriles de petróleo diarios a Estados Unidos, su principal comprador.
En los últimos cinco años, según el IISS, los países que más han incrementado el presupuesto de defensa han sido Venezuela, Colombia, Brasil y Chile. Solo Colombia destina más de unos $ 5.500 millones, mientras Ecuador -según Carvajal- entrega un poco más de mil millones, cifra alta si se toma en cuenta el presupuesto general (representa un poco más del 8%).
Sin embargo, países como Brasil (el que más destina en Latinoamérica con una cifra que ronda entre los $ 23 mil millones y $ 26 mil millones) dedican un promedio del 3%. El monto representa el 1,5% del Producto Interior Bruto (PIB) y en el caso de Ecuador, según Páez, la cifra llega al 2,1% de ese indicador.
La analista Bertha García dirige el programa Democracia, Seguridad y Defensa en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y destaca una razón más para el aumento en el gasto. “Tiene un propósito distinto a la defensa, más de corte político e ideológico para cohesionar a la población y reforzar liderazgos regionales. La ideología de nacionalismo es muy fuerte en América Latina”.