Desde un coche, un individuo de etnia gitana disparó la tarde del pasado lunes a sangre fría al ecuatoriano Pedro Pilatuña, en el poblado madrileño de Las Barranquillas, considerado el mayor mercado de la droga de Europa.
Siete balas (3 en el cuello, 1 en la cara, 1 en el costado, 1 en el omóplato derecho y 1 en el brazo) acabaron con la vida de este inmigrante oriundo de Calderón (Quito) que desde hace once años trabajaba como vigilante de un almacén de muebles.
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“Ese hombre, al parecer, estaba celoso porque mi padre hablaba con su mujer, es que él era muy amable y amiguero”, dijo Édison Pilatuña, el segundo de los tres hijos de la víctima.
El asesinato ocurrió a pocos metros del empleo de Pilatuña, cuando iba a relevar en el puesto a su cuñado, Andrés Yajamín. No era un sitio fácil para laborar. Los refuerzos policiales no han conseguido erradicar a los toxicómanos y delincuentes que campean a sus anchas.
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El inmigrante, que tenía 66 años, había sido testigo de la degradación de esta zona. “Siguió ahí porque decía que por su edad le resultaría difícil encontrar otro trabajo”, añadió uno de sus parientes en las afueras del Instituto Anatómico Forense. La Policía aún no ha conseguido detener al agresor que huyó.
Los familiares esperan repatriar el cadáver a Ecuador. En Quito lo esperan su esposa y sus dos hijas. Marianela, la mayor, tenía previsto arribar en septiembre a Madrid para continuar sus estudios.