Ciudad que como el fénix de la fábula viste/ pavesas por doquiera, y, después, resurgiste/ cada vez más airosa, más gallarda y más fuerte,/ triunfante de los males de la vida y la muerte.
J.A. Falconí Villagómez

Fue otro de los  populares personajes de ciudad en distintas décadas del siglo pasado y en los primeros años de la centuria que transcurre, especialmente en la actividad deportiva porque sin duda alguna hizo honor al calificativo de hincha Nº 1 de Barcelona S.C. Su nombre, Julio Espinoza Campos, y lo del Hombre de la Campana, por aquello de acompañar, vivar y arengar al equipo de su idolatría con un aro de llanta de carro al que golpeaba insistentemente en todos los escenarios del país.

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Su figura se volvió inconfundible e infaltable durante los partidos que disputó la escuadra canaria y él lideró al resto de la hinchada que siempre lo rodeó con simpatía y respeto. Jamás se le escuchó palabras obscenas en contra de los adversarios y supo respetar a los contrincantes. Todo lo que quería decir en favor del triunfo del elenco de sus amores lo expresaba su famosa y eterna compañera, la campana que, más de una ocasión se la quisieron comprar por ser digna de un lugar en cualquier museo.

Dauleño de nacimiento (1926), también militó en el Cuerpo de Bomberos de Guayaquil y por años mantuvo un puesto de camisetas, balones y recuerdos deportivos en la esquina de Boyacá y Vélez, y posteriormente en Chile y Aguirre.

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La campana original, que reemplazó al primer triángulo con que vivaba a la oncena del Astillero, tuvo que venderla para ayudarse a curar una enfermedad. Poco después adquirió otra para seguir su labor apreciada igualmente por los directivos del equipo de sus amores.

Espinoza Campos siempre aseguró que aunque estuviera muerto, la campana se seguiría escuchando pues pidió a la familia asistir al estadio y continuar su fiel costumbre de hincha. Él falleció hace pocos años y pasó a ser un ícono porteño aún vigente.