Guayaquil, donde el sol es llamarada,/ donde la luna con orgullo ostenta/ más nítido blancor cuando ha salido/ de bañarse en tu río de leyenda!
Benjamín Cordero y León
En los quioscos esquineros, tiendas de barrio y también las numerosas panaderías que se han abierto en los distintos sectores de la ciudad, todavía se pueden encontrar algunos de esos dulces que fueron muy comunes para la muchachada (niños y jóvenes) de las décadas del cincuenta al ochenta del siglo pasado.
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Nos referimos al popularísimo pan relleno ‘Galo Plaza’, cuyo nombre se desconoce quién lo impuso, a los roscones blancos y rosados, palillos, las lengüitas, ‘Chepitas’, etcétera, que atiborraban charoles, vitrinas y enormes frascos de cristal donde los colocaban los tenderos y panaderos para atraer a la clientela.
Por supuesto, eran los chiquillos los mayores consumidores de estas delicias en los momentos de recreo, pues se vendían en bares de escuelas y colegios, al terminar la jornada de estudio o cuando en casa durante la tarde se despertaba el hambre y había que buscar algo para aplacarla.
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Los ‘Galo Plaza’ y demás dulces elaborados gracias a algún panificador o pastelero que no se portó egoísta y compartió sus recetas, se saboreaban igualmente a la salida del cine y en los paseos familiares. Chicos y grandes los acompañaron con vasos de la deliciosa resbaladera, colada y refrescos de vainilla que preparaban los dueños de los quioscos esquineros que abundaron en la ciudad.
Felizmente los dulces de nuestra evocación, que compartieron la preferencia con los caramelos de bolas o ‘rompemuelas’, los de menta y rosa, las colaciones y otras preparaciones de antaño, se mantienen vigentes de alguna manera y regocijan el espíritu cuando complementan la evocación de las tradiciones del Guayaquil antañón que debemos atesorar en todo momento.