Un hincha con cáncer terminal lo paró en la calle para agradecerle por el juego de Huracán. “No sé si llegaré a verlo campeón, pero me hace bien”, le confesó. Hace lagrimear a los más veteranos y las señoras mayores le dan besos afectuosos en la mejilla. Los chicos lo rodean, las chicas le piden autógrafos, los taxistas aflojan su marcha, le gritan un “¡Grande, Ángel…!” y siguen, luego, más felices. Nadie le quiere cobrar el café. Incluso le hizo ganar a Carlos Babington, aquel lord de la zurda que se gambeteaba hasta los guardias del Palacio de Buckingham, la presidencia de Huracán con el 75% de los votos.