Para cualquier persona que ama el deporte, y especialmente al fútbol, es agradable y hasta reconfortante comentar cuando un equipo funciona bien, más allá de la tabla de posiciones.

Pero es duro, muy duro hacerlo, cuando no funciona. Porque por Barcelona, el más popular y querido equipo guayaco, se ha dicho y hecho de todo por parte de dirigentes, aficionados, periodistas, jugadores, técnicos desde 1998 y... nada.

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¿Qué hacer entonces? ¿Qué se puede aconsejar? ¿Rogar por mejor suerte? Se me ocurre, nada más se me ocurre, un baño de humildad y meterse bajo ese manto durante un tiempo. Estoy convencido de que hay que dejar de hablar y hasta el agotamiento hacer y trabajar  para ver una luz al final del túnel. Y entonces retomar  las sendas normales (títulos y subtítulos) donde el equipo torero anduvo desde que ingresó al fútbol profesional en 1951.

El domingo pasado, en el encuentro con Espoli (derrota local 1-0), con el Monumental vacío, los futbolistas hicieron, a mi juicio, el peor partido del presente campeonato. El conjunto policial hizo lo justo (pudo haber vencido con más goles de diferencia) para ganarle a un Barcelona sin ideas, falto de acoplamiento, sin claridad en el ataque y un par de errores que desperdiciaron los rivales.

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Se decía, en esos momentos, que con tres nuevos extranjeros se podrían solucionar los problemas amarillos y creemos que no; no es un problema de extranjeros solamente, es la suma de un montón de cosas, básicamente anímicas (emocionales, dijo Juan Manuel Llop su entrenador debutante). En ese punto tiene que haber un tratamiento integral de capitán a paje y que yo insisto en llamarlo un baño de humildad.

Y ese proceso también incluye a la hinchada. Tanto como ustedes aman, yo amo al fútbol. Pero el amor es una actitud inclusiva y no excluyente. Me explico mejor. Si yo amara a Barcelona estaría a su lado permanentemente, en las buenas y en las malas, porque si estoy solamente cuando estamos en las buenas y me salgo cuando no marchan bien, yo no sé amar, soy egoísta.

El fútbol, lean bien, es el único deporte que despierta grandes pasiones. No hay otro igual en ese sentido. Y las pasiones, lo sabemos todos, son positivas y negativas. Unir al deporte con la sana pasión es la mejor de las situaciones que debemos esperar porque en definitiva el balompié es un deporte y punto. ¿Por qué unir el fútbol con las pasiones negativas cuando son mejores las positivas?

¿Por qué dejar de asistir al estadio Monumental a pesar de resultados negativos, que por lo demás son transitorios? En el fútbol no existe ni la eterna felicidad ni la eterna desgracia. Todo es relativo. El excelente de hoy, es el pésimo de mañana. Y viceversa.

¿Por qué dejar vacío al Monumental? ¿Acaso, sin la presencia de ustedes, hinchas, jugó mejor el equipo? Al contrario, eso debió haber afectado en lo emocional a los jugadores toreros, porque la presencia de espectadores es un estímulo para ellos. Sí, ya sé, es feo ver perder, pero es peor no ver nada.