Una extensa familia con problemas en la que los hijos eran la salvación para salir de la pobreza a través del canto y los bailes;  inocencias evaporadas por castigos y abusos sexuales de un padre.

Una infancia no vivida por haber sido llevado en madrugadas, días, a escenarios y ensayos; complejos de apodos como  Narizota,  por los rasgos de su raza; compartir de niño con hermanos mayores la misma pieza en hoteles, y atemorizado verlos en actos carnales con mujeres.

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Tocar pronto el éxito, la fama, el dinero, los lujos, los contratos, ser conocido en todo el planeta y codearse con otros “grandes” del mundo.

Crecer rápido por fuera, pero por dentro seguir siendo el niño que no pudo ser. Cambios con cirugías y métodos atentatorios a la salud y al físico. Excesos (como haber sido acusado varias veces de pedófilo) y excentricidades al máximo.

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Mandar a “fabricarse” en laboratorios (con mujeres alquilavientres) ya no trajes, sino hijos para formarse un “hogar”; acosado por gente, empresarios (que querían sacar provecho de su fama), por los medios, fanáticos, y últimamente por millonarias deudas.

Amado, aclamado, al punto de ser mitificado, más hoy, ya muerto.

Hemos leído, escuchado y visto mucho por los órganos de comunicación, y vemos que la vida de Michael Jackson es una leyenda para meditar en lo importante del amor a los hijos y de darles ejemplo de los valores humanos y espirituales. 

José Antonio Narváez,
Ambato