El racismo no es un problema ético solamente. Tiene implicaciones económicas, porque al contrario de lo que se cree, no es una consecuencia sino una causa más de nuestro atraso y subdesarrollo. Veamos por qué:
La sola idea de que alguien pueda ser superior a otro dependiendo del color de su piel impide que los más capaces, eficientes e innovadores triunfen.
Durante décadas, el racismo justificó la existencia de formas obsoletas e ineficientes de producción como el concertaje, el huasipungo o la aparcería.
El racismo impide la expansión de un solo mercado nacional al fragmentarse la demanda en nichos violentamente separados.
El racismo genera racismo y cuando eso ocurre todos los males anteriores crecen exponencialmente.
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El ataque en un restaurante de Guayaquil, días atrás, contra un admirado jugador de fútbol, demuestra que el racismo sigue siendo un cáncer que consume las reservas morales del país e impide nuestro desarrollo económico.