La estampa estremece, la Riviera Maya se apaga. En vísperas de un feriado de cuatro días y frente a la influenza “humana”, el sector turístico se muerde las uñas: las reservas hoteleras caen un 70%.

En Cancún y Playa del Carmen se constatan las primeras planas de los diarios locales: ‘Preparan desalojo de 25 mil turistas’; ‘Cancún adormilado y en shock’; ‘No llegan cruceros a Cozumel’.

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Los cines, teatros, iglesias, bares y discotecas permanecen cerrados. La música ya no suena más que en los iPods de los turistas que impacientes pasan sus últimas horas en las piscinas de hoteles. Los restaurantes con capacidad menor a 70 personas atienden, pero a media llave.

El cubrebocas se extiende y se reparten trípticos informativos en cuatro idiomas. Mientras, el personal hotelero vaticina pesimismo: “Si sigue, se vienen los cierres o nos envían de vacaciones”.

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La oferta turística es limitada, están cerradas las ruinas de Chichén Itzá, Coba y Tulum, y los parques naturales de Xcaret y Xel Ha.

La zona hotelera de Cancún registra pocos turistas caminando, pero siempre con mascarillas. Es irónico, porque el estado de Quintana Roo, con poblaciones como Cancún, Playa del Carmen, Tulum y Puerto Morelos, no registra ningún caso de influenza oficialmente.

Los que vivimos aquí no sabemos qué pasará. Hasta ahora no cierran las playas.

En medio de la incertidumbre saca una sonrisa un chico que vende y porta una camiseta que dice: “Sobreviví a la influenza porcina”. Una vez más, el humor de los mexicanos sale a flote.