En una ciudad del interior tuve que tomar un transporte público, cuyo conductor al acercarse me indicó con señas que vuelva a subir a la vereda mientras se detenía al filo de la misma, por lo que de ella subí directamente al estribo. Práctica que me causó sorpresa por lo poco o nada acostumbrados que estamos a tal proceder, cabe indicar que al llegar adonde debía bajarme, lo hice directamente del bus a la vereda.
Menciono esto por cuanto en días anteriores mientras estaba detenido por un semáforo en rojo en cierta intersección de la av. Víctor Emilio Estrada pude observar una grúa que en un movimiento notablemente rápido daba retro y enganchaba un vehículo particular que se había estacionado en la zona destinada a paradero, esto es, al filo de la vereda, mientras que los buses tomaban y dejaban pasajeros en media calle ante la mirada indiferente del agente de la CTG.
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Ante esto, le pregunté al vigilante que si se hacía respetar dicho espacio con tanto celo, por qué no se obligaba a los transportadores públicos a acercarse a la vereda para tomar y dejar pasajeros en lugar de hacerlo como lo hacen a 4 metros de la acera. Por respuesta, luego de mirarme, el vigilante simplemente hizo un ademán de no con la cabeza. No defiendo a la conductora que se estacionó en lugar no autorizado, ya que desde que lo hizo sabía a lo que se exponía, pero es chocante ver las grúas que andan con ojos bien abiertos a cacería de infractores (aproximadamente $36,00 por cada remolcada) pero los agentes que andan en ellas son incapaces de obligar a los buseros a utilizar la zona que les es concedida.
Federico Campos Cedeño
Guayaquil