Alfonso Reece D.
Las falacias son argumentaciones que tienen apariencia de un razonamiento lógico, pero que en realidad sostienen una impostura. Una forma de ellas es la llamada falacia ad verecundiam, o falacia de respeto. Quienes la usan para probar sus tesis recurren a la opinión de una autoridad o instancia que infunda respeto. “Lo dijo Aristóteles” era una típica falacia de los tiempos de la escolástica, hoy sabemos que los escritos del filósofo estagirita están llenos de errores y que su parecer no es garantía de verdad.
Modernamente es frecuente recurrir a la falacia que se denomina argumentum ad populum. Con este sistema, sin consistencia lógica, se sostiene que lo que opina “el pueblo”, o un mayor número de personas es “más verdadero” que lo que piensa una minoría. Si así fuese, el nazismo habría sido correcto, porque lo votó la inmensa mayoría de alemanes.
Igualmente, solo unas pocas decenas de “locos” pensaban en el siglo XV que la Tierra giraba en torno al Sol, prácticamente la totalidad de la humanidad creía que era lo contrario. Como se ve, la verdad no está necesariamente en la mayoría. El dicho vox populi, vox dei (la voz del pueblo es la voz de Dios) es en sí mismo una falacia.
Publicidad
Recientemente vimos una cadena nacional para defender las bondades de la tan cuestionada Ley Reformatoria al Código de Procedimiento Penal y al Código Penal. El enlace forzado de televisión usaba una curiosa falacia, cuyo argumento era que no se debía criticar las reformas porque “hasta la oposición votó por ellas”. Antes aclaremos que algunos de los que supuestamente votaron a favor, afirman que los fragmentos de sus declaraciones que se presentaron en el video de marras, fueron sacadas de contexto. Y aunque no fuese así, aunque hubiesen realmente apoyado una equivocación, esta no deja de ser una equivocación.
Si dijese que la famosa ley reformatoria es nociva, inconveniente o ilegítima porque lo sostiene el 90 por ciento de los ecuatorianos, la mayoría de los decanos de las facultades de Derecho del país, importantes funcionarios como el Fiscal General y los más reputados tratadistas y catedráticos, yo también caería en una falacia. Así, sin afirmar que es una barbaridad jurídica por esas meras opiniones, sí me parece que son voces que deben tomarse en cuenta. Sería una ejemplar muestra de honradez intelectual y un indicio de que se tiene un adarme de voluntad de diálogo, que el Gobierno admita que pudo, que pudo, haberse equivocado. Si existe esta laudable disposición, entonces se debería dar paso a un amplio proceso de debate nacional que preceda a unas reformas consensuadas de las reformas cuestionadas.
Pero no hay indicios siquiera de que se va a proceder de manera tan civilizada. Hay una soberbia porfía en insistir en que las cosas queden como están. Una muestra de esta actitud es la ya mencionada cadena nacional, que demuestra que no habrá argumento, por falaz que resulte, al que no se apele para mantener el aura de infalibilidad del Gobierno. Y mucho más cuando decretada fuera de término, la cadena sirve para interrumpir el encuentro entre Carlos Vera y Jorge Ortiz, los dos grandes de la televisión. ¿Tanto miedo les tienen?