“Cualquier falta contra el celibato  es una falta grave y la Iglesia la sanciona con la suspensión del ministerio”, dice el arzobispo de Guayaquil, Antonio Arregui, al referirse al caso del presidente paraguayo y ex obispo Fernando Lugo, quien reconoció haber concebido un niño cuando aún era prelado.

Cuando en esa falta hay un hijo de por medio, la Iglesia aconseja que el religioso se vaya con el hijo, quien tiene derecho a crecer con el padre, anota.

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El prelado lamenta la condición de Lugo, a quien conoció en  encuentros internacionales. Aclara que no es un pecado de la Iglesia sino una falta personal que va contra el compromiso que él contrajo cuando lo ordenaron diácono, de mantener el celibato.

Pero Lugo ya antes se alejó de los preceptos de la Iglesia al optar por la vida política, refiere Arregui. “Nosotros los sacerdotes tenemos prohibida toda participación en cargos públicos, ya sea por vía electoral o por nombramiento; hacerlo implica una incompatibilidad con el estatus y la misión del sacerdote”, dice.

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Ante el deseo de Lugo de retornar a la Iglesia una vez concluido su mandato, el obispo de Guaranda, Ángel Sánchez, afirma  que lo ve difícil porque el solo hecho de tener un hijo lo aleja de los preceptos.

“Es muy difícil que la Iglesia le confíe las misiones correspondientes a un obispo o a un sacerdote. Se les deja en el estado del común de los fieles; él sigue, pero no tendría una función ministerial. Aunque hubiera el arrepentimiento, es muy difícil borrar el mal ejemplo”, agrega también Arregui.