Desde hace algún tiempo he observado cómo nos involucramos cada vez más en una sociedad que le teme prácticamente a todo; somos víctimas de nuestros propios miedos: miedo a ser estafado, a ser agredido, a expresar nuestras ideas, o simplemente miedo a actuar como nos dictan nuestras convicciones.

Creemos equivocadamente que vamos por el camino correcto, cuando en realidad nos hundimos en nuestros propios temores, hipotecando la libertad ante quienes imponen la duda, aduciendo que “cumplen con las normas de seguridad”.

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Dos ejemplos patéticos sobre este tema: primero, el de la cédula de identidad. Existe una norma de seguridad que no logro entender completamente. Cuando queremos ingresar a un edificio de oficinas, institución pública, complejo residencial, etcétera, nos piden la cédula de identidad para registrar nuestro ingreso. Hasta ahí todo bien. Pero nos obligan a dejar nuestro documento en poder del guardia de seguridad hasta que abandonemos las instalaciones. ¿Constituye acaso una herramienta disuasiva el permanecer con nuestra cédula?, ¿o al dejar nuestro documento con un completo desconocido estamos tomando un riesgo mayor que los propios oficinistas o habitantes que vamos a visitar? ¿No sería más fácil y seguro para todos que una vez que la persona se anuncia y se le permite el acceso, le devuelvan su identificación? Recuerdo que en el caso de la CTG (Comisión de Tránsito del Guayas) hace algunos años retiraba la licencia de conducir cuando se cometía una infracción. Hoy anota los datos del conductor y devuelve el documento.

Y segundo, los casilleros. Otra norma de seguridad muy habitual, sobre todo en las cadenas de supermercados, es dejar bolsos, fundas, maletines en los casilleros de “seguridad”. Es decir,  el establecimiento, además de recibirnos como clientes, también nos recibe como potenciales ladrones. Estamos obligados a “encargar” nuestras pertenencias, compras, documentos y demás objetos de valor a personas extrañas, que según las normas del establecimiento “no se hacen responsables por las pérdidas”. No podemos permitir que se abuse de la autoridad y nos sometan a situaciones reprochables, que por la cotidianidad las vemos como adecuadas y hasta las aplaudimos creyendo que nos hacen un favor. Existen sistemas integrales de seguridad que no ofenden a los clientes o visitantes.

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¡No dejemos que, sin darnos cuenta, se vaya fomentando la costumbre de la cultura del miedo!

Antonio Hanna De Las Salas,
Guayaquil