Pequeños e inolvidables regalos del fútbol. Iban 88 minutos 15 segundos del sanguíneo choque Atlético de Madrid-Barcelona (estaban 3 a 3) cuando el zurdazo de Sergio Agüero atravesó el arco de Víctor Valdés y el corazón de los hinchas barceloneses. Los perforó. La familia entera estalló en el living de casa como hizo erupción el estadio Manzanares, bañando de una acaramelada lava feliz a todo Madrid (a los del Atlético por el triunfazo, a los del Real porque quedaron a sólo 4 puntos del Barsa líder luego de estar desahuciados).
¿Qué fue…? ¿Qué pasó…? Habrán preguntado los vecinos, pisos abajo. “¿Son locos?, no griten…”, pedía la exhortación materna. Pero el grito venía desde el alma, era incontenible, mezcla de algarabía y orgullo.
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El estruendo estaba justificado. El Kun, nuestro Kun de Independiente, al que vimos crecer en las inferiores desde los diez años y asomar en Primera a los quince, era el héroe del domingo español. Con dos golazos a punta de clase para eclipsar al puntero de la Liga y al mismo Messi (autor de un tremendo golazo también). El ¡Gooooolllll….!!!! fue un estallido en el living, trastocó el tedio de la tarde dominical y alegró los corazones.
Similar a lo que habrá vivido toda Colombia aquella tarde de los ’90 en que Faustino Asprilla, entonces con la blanquinegra del Newcastle, le firmó tres al Barcelona. Tres y con vallenato. Idéntico a lo que sienten en Ecuador cada vez que se anuncia a Alberto Spencer como “el máximo goleador de la historia de la Libertadores…” O el orgullo experimentado por Chile cada domingo en que el Matador Marcelo Salas entraba al campo en la Argentina y la tribuna de River arremetía con el “Chi-leeee-no… Chi-leeee-no…” O el de la patria del Inca, cuando el Perú se despertaba y el diario le decía que el Cholo Sotil había tirado virtuosas paredes con Johan Cruyff en el Camp Nou. Sotil era un cholito pintón, habilísimo, atrevido y despierto, que encarnaba el sueño de millones de peruanos.
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Si el arte sensibiliza las fibras del espíritu, el fútbol acciona como pocas cosas el sentido de pertenencia. El pisoteado orgullo independientista (su actualidad es patética) reflotó con otra camiseta. Pese a que añoramos sus goles, el Kun siempre será nuestro hijo pródigo, el Agüerito que apareció a los 15 años en la Copa Libertadores. Y cada triunfo suyo es nuestro también. Apenas va por los veinte años, le espera una extensa carrera y tal vez no vuelva nunca (lo más factible), pero lleva en el orillo la marca de fábrica. Quince días atrás nació su primer hijo, Benjamín, y a la hora lo habían registrado como socio de Independiente y le había llevado de obsequio la camiseta. Muchos chicos independientistas lucen por la calle la casaca rojiblanca del Atlético de Madrid por Agüero.
A Messi lo adoramos, naturalmente; nos alegran sus divertidos dibujos animados sobre el césped, pero Messi es de Newell’s, a Agüero lo sentimos más nuestro todavía.
Los otros dos goles colchoneros fueron obra de otro pollo de la incubadora roja: Diego Forlán. Dieguito llegó de Montevideo para la quinta división y nos llenó de sonrisas antes de hacerse hombre y partir a Inglaterra. Tenemos destino de padres en América del Sur: criar los hijos, verlos crecer fuertes, virtuosos, y luego abrir los brazos y dejarlos partir entre lágrimas. Esto nos queda: disfrutar su éxito en otras tierras. Hoy celebramos goles del Atlético de Madrid, mañana pueden ser del Inter, de Juventus.
¡Qué tarde maravillosa de hinchas…! Después de un comienzo que pintaba para pesadilla (una más…), el Atleti recogió su alma de la grama y resucitó con toda la fuerza de su gloria ya mohosa, para ganar 4 a 3 un lance épico que perdía 2-0 primero y 3-2 después. Imaginamos los barrios madrileños, donde el Atleti reina, y los bares y las tascas y la cerveza inundando la alegría.
Cuando el fútbol alcanza tales niveles de técnica, emoción y entrega demuestra por qué es el número uno indiscutido. Semejante vendaval de fútbol y emociones sacude la flema del escriba más recatado. En ese marco que ofreció el Vicente Calderón todos somos hinchas. El periodista no puede permanecer cerrado dentro del frasco de formol del analista sesudo y aséptico. También es un hombre. También es un hincha.