Pedro X.Valverde Rivera
Durante el tiempo que llevo escribiendo en esta columna, he procurado ser directo cuando emito una opinión.

Me quedó muy claro cuando asumí esta responsabilidad que no se puede ni se debe estar, como se dice vulgarmente, con Dios y con el diablo.

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A ratos siento que esta columna expresa lo que muchos piensan pero no tienen la posibilidad de comunicarlo públicamente.

Y si tal es mi percepción, no puedo traicionar a mis lectores, escondiendo la mano o dorando píldoras para no desagradar al circunstancial destinatario de mis críticas.

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Por ello, hoy quiero abordar el lamentable rol que está cumpliendo el Consejo Nacional Electoral.

Digo lamentable, no solo porque todos sabemos que habrían sido nombrados por gestión del oficialismo, que se deben al mismo y que jamás constituirán en un organismo de control electoral contra las fuerzas revolucionarias; ello al fin y al cabo, no es nuevo; solo que antes, en el pleno del organismo electoral estaban representadas diferentes fuerzas políticas; ahora, como en casi todas las instituciones del país, solo hay una fuerza: la de ustedes saben quien.

Sino por este intento de hacernos creer que son independientes y que van a frenar el uso de la publicidad oficial y de la infraestructura del Estado para promocionar la reelección del líder y de sus candidatos revolucionarios en las próximas elecciones.

Primero veo volar una vaca, antes de ver al CNE sacando del aire las cuñas de Patria tierra sagrada o una cadena de los sábados durante esta campaña electoral que se avecina.

Asuman su rol de frente, como lo han hecho los congresillistas; es decir, acepten que son gobiernistas y que van a proteger la causa de la revolución; para ello fueron nombrados y ustedes saben que tan pronto se salgan de esa línea serán destituidos; pero no intenten hacernos creer que son independientes y que van a impedir que el Gobierno saque ventajas en las próximas elecciones porque ni ustedes se creen ese cuento.

Su nombramiento es político y del cumplimiento de las directrices supremas depende su estabilidad que está en manos del Gobierno, mientras el poder Legislativo siga disuelto en nuestra parodia de democracia.

Así es que, por favor, contraten la elaboración de las papeletas, distribuyan las franjas publicitarias, capaciten a los delegados de las juntas, procuren una elección transparente (en la medida de que el Gobierno no dé instrucciones en sentido contrario) y cumplan con su rol: háganse de la vista gorda, dejen que Correa y sus ministros usen nomás la publicidad oficial, las inauguraciones y las cadenas televisivas para captar votos a favor de Alianza PAIS y sus candidatos.

Ahórrense el show, los discursos y los boletines en ese sentido, porque cualquier esfuerzo por aparentar lo contrario, es inútil; yo no les creo y creo que muchos tampoco.

Al fin y al cabo, el desgaste de la revolución no depende del control electoral sino del incumplimiento de promesas de cambio y del deterioro acelerado de nuestra sociedad, sus instituciones y su economía.

A su tiempo, el pueblo sacará sus conclusiones de esta triste y larga noche revolucionaria que estamos viviendo y vendrá el momento de ajustar cuentas.

Esa es una constante en la historia de la humanidad y el Ecuador no es la excepción.