De amistoso solo tuvo el rótulo. A cierto nivel todos los choques son por el orgullo, intervienen la nacionalidad, el himno, la camiseta, el prestigio.

Acontece cuando se miden, por ejemplo, Brasil e Italia, penta y tetracampeón del mundo, once finales mundialistas entre ambos. Toda la gloriosa historia tejida por ambos se exprime y sale un extracto de grandeza. Se riega el césped con jugo de campeones.

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Si no, basta entrar en medios italianos para advertir el fastidio por la clarísima derrota ante Brasil. Aún sin Kaká, fue la mejor demostración verdeamarilla con Dunga en el banco. De gigantesco valor para el ex capitán dado que un día antes se conoció la noticia del despido de Luiz Felipe Scolari del Chelsea (con su indemnización podrían vivir placenteramente tres generaciones de una familia). A los pasos en falso de Dunga solo hay que añadir la simpatía del torcedor brasileño por Felipao, quien los guió hacia el título mundial en Corea y Japón 2002, para colegir que es una situación desestabilizante.

De modo que Dunga se blindó con esta sólida victoria en Londres. Brasil superó con amplitud y floreo a un equipo que, sin Gattuso, se encuentra en dificultades. Le hace agua el fondo. Puede arreglarlo, tiene al mejor plomero del mundo: Marcello Lippi.

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Fue una semana refrescante para el fútbol sudamericano: saber que no estamos lejos de las potencias europeas. Si se pone serio, Brasil sigue siendo Brasil. Y esto es demasiado para el resto de los mortales, se llamen Italia, Inglaterra o Alemania. El único que logra infundirle temor es un paisito lindo llamado Uruguay. Con ese le tiembla la pera, los demás no son problema. Problema es la noche. Si el futbolista brasileño deja la madrugada, el resto debe dedicarse a otra cosa.

Zambrotta y Pirlo pudieron constatarlo. El primero cortó mal un pase y se la dejó a Elano: pum, gol. El segundo es un jugador sereno, pero estuvo tan sereno que vino Robinho de atrás, le robó la bola y edificó una gambeta monumental que terminó en la red. Ese gol salvó la tarde, la inversión de permanecer dos horas frente al televisor. Pagó la vuelta de todo el bar. Aún están tratando de desenredar a Zambrotta y Legrottaglie. Quienes, a su vez, aún se preguntan por dónde pasó, cómo hizo el demonio santista para engañarlos y convertir.

Un gol típicamente sudamericano, pleno de magia y de altísimo rigor técnico. No firmamos que un futbolista de otra latitud no sea capaz de una maniobra así (Franck Ribery o Francesco Totti lo son), mas no es lo usual.

Qué pena que Robinho tenga ese gesto tan desangelado en el rostro. No transmite ternura. Es la antípoda de Kaká, un bueno, un dulce que además es el mayor estratega del fútbol mundial. Ese rictus de niño malo de Robinho le quita carisma, le roba clientela. Pero como jugador es maravilloso. Toda la genética brasileña está envasada en él.

Novecientos kilómetros al sur, en línea recta, tuvo lugar otro choque grande, entre campeones del mundo. Marsella vio el segundo partido de Maradona como técnico argentino. Y el segundo triunfo de Diego, más convincente aún que el de noviembre ante Escocia. Una sensación emanó del rectángulo del Velodrome: los jugadores no quieren fallarle al Diez. Lo admiran y procuran dejar el alma por agradarle. Quedó claro en el 2-0 sobre Francia.

Como Robinho, Messi pagó otra vuelta para todos los parroquianos con un bonito gol y algunas maniobras de su sello, tan sudamericanas también. La Eliminatoria verá otra Argentina a partir de marzo. Puede que no brille, pero va a ser más competitiva. No será la Argentina que perdió con Chile y empató con Perú, eso seguro.

Francia es un equipo duro, tanto que nos mereció una reflexión: ¿Europa tiene un reglamento aparte? Vemos cotidianamente las ligas europeas y notamos una reciedumbre desmedida, a la cual no estamos habituados en estas latitudes. Los jueces pasan por alto 10 o 12 faltas por juego, algunas de tarjeta amarilla. Reina el “siga, siga”.

El jugador sudamericano es proclive al engaño, a la simulación (tampoco es que viva haciendo teatro). Es cultural. Pero es más leal que el europeo. Allá nadie protesta porque todos dan. Italia le pegó a Brasil cuando no le encontraba la vuelta al juego; Francia repartió antes, durante y después. Y es un tópico que se agudiza.

Esto puede originar un fuerte desequilibrio en el Mundial, pues los europeos equilibran el juego (o lo desnivelan) con la permisividad arbitral. Lo gracioso es que usan la maza en una mano y enarbolan la bandera del fair play en la otra.

“Allá se juega así”, simplificó un comentarista de TV. Habría que anoticiarlo: hay un solo reglamento. Y rige en los cinco continentes.