La timidez está ausente en el nuevo Museo de Arte Islámico.

Erguido en su propia isla, justo frente al recién desarrollado malecón de Doha, constituye la pieza central de un enorme esfuerzo por transformar a Qatar en un destino artístico. El 22 de noviembre, los eventos inaugurales atrajeron a luminarias del mundo artístico procedentes de todo el orbe.

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Iluminada por un espectacular despliegue de fuegos artificiales nocturnos, la colosal forma geométrica del museo parece tener una cualidad eterna, al evocar un pasado en el que el arte y la arquitectura islámicos constituían un eje de la cultura mundial. Al mismo tiempo, transmite la esperanza de volver a reconectarse.

El edificio luce austero para los estándares de las formas ostentosas y llamativas asociadas con ciudades del Gofo Pérsico, como Dubai y Abu Dhabi. Diseñado por I.M. Pei, de 91 años de edad, que lo ha descrito como su última construcción cultural importante, hace recordar una época en la que la expresión arquitectónica era tanto más seria como más optimista, y la ruptura entre la modernidad y la tradición aún no había alcanzado su máximo nivel.

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El museo alberga manuscritos, textiles, piezas de cerámica y otras obras, en su mayoría reunidas en el transcurso de los últimos 20 años, y se ha revelado como una de las colecciones de arte islámico más completas del mundo.

La procedencia de sus artefactos abarca desde España hasta Egipto e Irán, Irak, Turquía, India y Asia Central.

Pei, quien se inspiró en la diversidad de las colecciones, creó una estructura que plasmara “la esencia de la arquitectura islámica”.

Durante meses, hizo un recorrido por todo Medio Oriente, en busca de inspiración. Visitó la mezquita Ahmad ibn Tulun, en El Cairo, sobria estructura del siglo IX, organizada alrededor de un patio central que tiene en medio una fuente con forma de templo, así como antiguas fortalezas en Túnez.

“El islam era una religión que no conocía”, expresó Pei. “Así que estudié la vida de Mahoma. Viajé a Egipto y Túnez. La arquitectura es muy fuerte y sencilla”, agregó. “No tiene nada superfluo”.

“Doha es virgen en muchos aspectos”, manifestó. “Allí no hay un verdadero contexto, realmente no hay vida, salvo que entres al zoco, o mercado. Tuve que crear mi propio contexto. Fue algo muy egoísta”.

La estructura resultante es una poderosa composición cubista de bloques cuadrados y octagonales, colocados unos encima de otros y que culminan en una torre central. En el interior del museo, 3.800 metros cuadrados de galerías están organizadas en torno a un atrio imponente, cubierto por un domo, de cuyo óculo central desciende un estrecho haz de luz.

Sus enormes bloques de piedra color arena hacen recordar las fortalezas tunecinas en las que el edificio está inspirado.

“El museo es un objeto”, señaló Pei. “Debería ser tratado como una escultura”.