Desde que visité Cuba hace unas semanas, he estado pensando sobre la agresión visual a nuestras vidas. Si uno toma un taxi neoyorquino, se enciende un televisor con su correspondiente bombardeo de noticias y anuncios. Cosas como el mirar por la ventanilla, observar la luz del sol proyectada en una pared, la sonrisa de un niño, el aliento de la ciudad, ya están pasadas de moda.

En La Habana pasaba muchas horas contemplando una sola calle. Nada —ni una marca, ni un anuncio— me distraía de observar cómo la ciudad se iba rindiendo bajo la luz del sol. La lucha de Fidel Castro en pos del socialismo ha forjado a costa de un precio colosal una estética única atrapada en un equilibrio inquietante de quietud y decadencia.

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En el mundo actual, estos espacios vacíos, alejados del asalto del marketing, más allá de cualquier forma de mensaje (correo electrónico, sms, Twitter), se erosionan hasta el punto de que el silencio provoca distintos tipos de ansiedad por la sensación de no estar solicitado.

En cierto sentido, toda la crisis económica tiene que ver con la adicción: a instrumentos financieros cada vez más sofisticados (y opacos) diseñados para apalancar desde una vivienda a un plan de pensiones, en el nombre de la elevada rentabilidad que impulsó el consumo desenfrenado de los últimos años. Este desenfreno quedó horrendamente de manifiesto el día de Acción de Gracias. Una multitud atraída hasta un establecimiento de Wal-Mart en Long Island, Nueva York, por ofertas de televisiores y reproductores de DVD, entró en tropel y mató a pisotones a un trabajador temporal, Jdimypai (Jimbo) Damour.

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Imagínense la escena: 2.000 compradores impacientes que habían pasado la noche allí presionando las puertas de cristal hasta que las derribaron ntes de las 5:00 am, y entrando en manada por encima de un hombre moribundo.

La muerte de Damour parece el epitafio de un arrebato de locura en Estados Unidos, estertor del monstruo ahora agonizante que ha hecho que la deuda fuese tan abrumadora que mucha gente se encuentra en casas que valen menos que lo que deben al banco.

Barack Obama, el presidente electo, ha reunido a un potente equipo económico. Pero veo una larga recesión. Los estadounidenses necesitan reaprender a administrarse y reflexionar sobre sus prioridades. El ahorro resultante no ayudará a la economía, pero sí puede ayudar a distinguir a los seres humanos de las pantallas planas de televisión. No hay nada más letal que el rebaño. En Wal- Mart, la mentalidad gregaria se apoderó de una muchedumbre hasta el punto de que un hombre moribundo se volvió invisible.

Ver, pensar de manera independiente, exige espacio visual. Aunque La Habana esté fuera de su alcance, aíslense por un momento. Apaguen todo. Ahora, en el silencio, prueben a imaginar lo que vio Damour, de 34 años de edad, cuando la multitud enloquecida lo aplastó.