Los programas humorísticos que incomoden al amo no saldrán al aire. Opinar sobre cualquier asunto se volvió un ejercicio peligroso. Y ahora, un jefe de tránsito quiere erigirse en juez y verdugo de las artes plásticas.
Es una mancha más en el tigre, dirán algunos. Pero allí radica precisamente el problema, en que la barbarie ya casi no nos sorprende o nos indigna. Al verla, guardamos silencio; permanecemos quietos. Callan incluso los intelectuales y los defensores de los derechos humanos. Las universidades enmudecieron. Qué lejanos los tiempos cuando el alma máter era la matriz de la protesta ilustrada.
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Nos están pervirtiendo el país. El atropello que protagonizó Ricardo Antón hace dos días en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil es solo una raya más en la ignorancia con que la Revolución Ciudadana pretende consolidar su poder.