W, la película biográfica de Oliver Stone sobre el Presidente saliente de Estados Unidos, se estrenó recientemente en París. También debutó una cinta francesa sobre Michel Colucci, el comediante de posguerra más popular del país, quien se convirtió en algo así como un candidato anárquico a la Presidencia, en 1981, como oponente al sentimiento antiinmigrante y defensor de los pobres. Casi no se ocupa de la política, se enfoca en la vida romántica de Colucci, conocido como Coluche.

En ocasiones, en esos pequeños detalles pueden quedar evidenciadas las brechas culturales. Francia sigue inmersa, y de manera significativa, en el cine engendrado por la Ocupación, que ofrece distracción, autohalagos y ficción escapista sobre sí misma.

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A los estadounidenses muy formales les encanta idealizar la industria cinematográfica francesa, pero en la opinión de los cinéfilos franceses, son sus propios cineastas, a diferencia de los de Estados Unidos, los que rehúyen abordar las problemáticas difíciles como la política, los escándalos y el descontento contemporáneos.

Mientras tanto, pese a decepcionantes resultados en taquilla, Estados Unidos no deja de producir cintas ambiciosas con grandes estrellas o directores, como En el Valle de las Sombras, Leones por Corderos, El Sospechoso, Redacted y Body of Lies, que cuestionan las políticas estadounidenses en el Medio Oriente o de otra forma hacen alusión a los titulares. Francia aún no ha realizado un filme significativo sobre los disturbios de 2005.

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El país ha censurado películas políticamente cargadas, entre ellas El Soldadito de Jean- Luc Godard (hecha en 1960, pero no estrenada hasta 1963), una de las pocas sobre la guerra de independencia de Argelia. La Batalla de Argel, la mejor película sobre esa guerra, fue una producción ítaloargelina, no francesa, dirigida por un italiano. Fue prohibida durante muchos años tras su estreno, en 1966.

En cuanto a una versión francesa de W, un filme que fustigara a un actual Presidente francés “sería casi imposible de realizar aquí”, expresó Caroline Benjo, productora de Entre los Muros, que ganó la Palma de Oro en Cannes 2008.

Los comentarios de Benjo hacen eco a los de otros cineastas franceses. Citan una mezcla de política, hábitos estilísticos que perpetúan la “marca” nacional, el financiamiento y una ansiedad colectiva respecto a la identidad francesa de posguerra.

Como expresó Antoine de Baecque, historiador del cine: “desde la Nouvelle Vague, el cine francés aborda la realidad de una cierta manera”. Hablaba de la Nueva Ola francesa de fines de los 50 y los 60, encabezada por François Truffaut y Godard. “Nos gusta fracturar, distorsionar y romantizar; ver el trauma, pero sólo de manera indirecta y abstracta. En este sentido, el cine francés es lo contrario del cine estadounidense”, afirmó. “Valora el estilo sobre el realismo, lo pequeño sobre lo épico”.

Baecque atribuyó este enfoque a un “complejo de inferioridad francés, una sensación de que desde la Segunda Guerra Mundial, Francia, a pesar de lo que nos gusta reiterarnos, ha sido degradada de la primera fila de la historia, lo que crea melancolía y malestar”, aseguró. “Las comedias románticas y las aventuras sentimentales son ficciones que nos apartan de la vida real y son precisamente el tipo de películas que emergieron de la Ocupación”.

Este año se estrenó con éxito Bienvenue Chez Les Ch’tis, una comedia sobre un empleado postal del sur obligado a trabajar en el norte.

Abdel Raouf Dafri escribió el guión de Mesrine, recibida por buenas reseñas que destacaron su toque estadounidense. Es sobre Jacques Mesrine, gángster francés de la vida real de los 60 y 70 que se convirtió en un forajido populista, tiene un trasfondo político indudable. Se inspiró en Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y las series 24 y Los Soprano. “En Estados Unidos saben hacer películas y series que son inteligentes y políticas y no olvidan el entretenimiento. En Francia, sólo queremos ser intelectuales”.