| nalutagle@yahoo.comMe emocionaba el andar sobre la lava, de pronto toparme con una erupción, conocer gente diversa, estar cerca de los animales, los lobos sobre todo, y vivir los colores bajo la superficie del mar”. A las puertas de dictarse nuevos cursos para guías naturalistas de Galápagos, me tomo un tiempo para recordar el día en que yo misma decidí seguir este camino y convertirme en guía de las islas encantadas. Había terminado mi carrera como ingeniera geóloga y me hallaba en el limbo aquel, en la incertidumbre típica de los que han concluido sus estudios universitarios y, con diploma en mano, deben ya enfrentarse al mundo real. Yo deseaba postergar el momento de lanzarme al ruedo, así que apliqué a varias maestrías y especialidades; mientras esperaba respuesta dedicaba mi tiempo a viajar y celebrar el fin de exámenes, tesis, trabajos. ¡Era libre al fin! ¿Libre? Al cabo de un par de meses lo único que quería era volver a la calidez y seguridad de la vida de estudiante. Pero no había cómo dar paso atrás. Una noche de farras encontré a una amiga que estaba en igual dilema, planteándose la misma pregunta: ¿Y ahora qué? Ella guardaba en su cartera el recorte de un anuncio de periódico que buscaba interesados en convertirse en guías de Galápagos. Descubrí que cumplía con los requisitos, así que al día siguiente envié mis papeles a la casilla postal del anuncio, pensando que se trataba de un barco chiquito, porque el anuncio era también muy pequeño. Yo había estado en Galápagos, y sí, en algún momento había contemplado la idea de ser guía, por los volcanes, por la aventura, por el mar. Me emocionaba el andar sobre la lava, de pronto toparme con una erupción, conocer gente diversa, estar cerca de los animales, los lobos sobre todo, y vivir los colores bajo la superficie del mar. Para ser honesta, ni los pájaros, ni las plantas me interesaban mucho. Lo mío eran las rocas, los ‘bichitos’ del agua y vivir como nómada, en una nave. La compañía que me contrató resultó tener barcos grandes, no pequeños (como el anuncio), y fue la mejor escuela que pudiera tener. Ellos me patrocinaron a mí y a otros siete guías. Esto era en 1992, antes de la nueva Ley de Galápagos, por eso tuve la suerte de poder ser aceptada sin ser todavía residente de las islas. Desde 1998 solamente los residentes en Galápagos pueden optar por ser guías. Durante el curso conocí a personajes increíbles. Había gente de todos lados y de distintas profesiones. De los botánicos aprendí a amar las plantitas, y al caminar por la estación me hacían repasar género o familia de cada matorral del sendero. De biólogos amantes de las aves, poco a poco fui entendiendo (y nunca por completo) la diferencia entre los picos de los pinzones. Había jóvenes de Galápagos que tenían las anécdotas más fascinantes de cuando sus familias habían llegado a las islas en tiempos en que no había nada, y aprendí tanto de historia humana, y de la de mi propio país, a través de sus relatos. Cada individuo, alumno y profesor, aportó al curso y a mi vida personal. Puedo decir que en un gran porcentaje estábamos ahí por un motivo especial, que no tenía nada que ver con hacer dinero. No voy a cometer la falacia de afirmar que éramos héroes en el 100% comprometidos con la naturaleza y deseosos de luchar por su conservación. No, pero, fuera cual fuere el motivo, existía un ideal, una ensoñación; no estábamos ahí por cuestiones materiales, o al menos, eso no era lo prioritario.Jamás me atrevería a criticar que una persone busque su mejoramiento económico. Es su derecho, sobre todo en un país que ofrece tan pocas posibilidades. Pero me pregunto, ¿qué porcentaje de los aspirantes a guías de los tres cursos por dictarse en los próximos meses tiene verdadera inclinación por este trabajo? Se habla de que el Parque Nacional Galápagos jamás formó a tanto guía a la vez, que no se ha hecho ningún estudio que justifique la apertura de tres cursos al mismo tiempo. Hay protestas de las asociaciones por un lado, por otro, claro, los operadores están contentos. Se arman la polémica y el conflicto. Yo solo quisiera preguntar a los seleccionados para los nuevos cursos por qué eligen esa alternativa de vida. Y aspiraría a tener como respuesta que es por un sueño, cualquiera que este sea, por un ideal: navegar, aprender de la naturaleza, enseñar un pedazo precioso de nuestro país, compartir con gente de otras culturas, luchar por los tiburones. Lo que sea, pero que venga del corazón.