“Todos los años solo se remueve el dolor y la impotencia y aunque no queremos olvidar a nuestros seres queridos, intentamos evocar su nombre en la intimidad de la familia conversando sobre los buenos momentos que nos dejaron”, dijo por teléfono Carlos Soria, suegro de Luis Eduardo Chimbo, una de las víctimas.

Su hija Ana Beatriz y su nieto Luis Alberto, viven en Queens, Nueva York y desde hace dos años intentan renovar la visa, que EE.UU les dio por cinco años y que caducó en octubre del 2006. Chimbo trabajaba como jefe de meseros en un restaurante, del piso 106 del edificio y aunque tenía libre, una convención que reunió a más de 500 personas le impuso acudir a trabajar.

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En Biblián, provincia de Cañar, Cecilia Idrovo González, madre de Henry Fernández, quien ese día tenía franco, pero cambió su turno, tampoco habla del tema y se enoja cuando recuerda que no obtuvo la visa ofrecida a los familiares de víctimas y su único consuelo es visitar cada semana en Biblián la tumba de su hijo, quien emigró a los 15 años y trabajaba en el piso 104 de las Torres.