| carlosmunoz@humane.edu.ecMucho se ha escrito sobre las relaciones interpersonales, pero de manera superficial y reductiva. Se promueven “técnicas” de comunicación o una serie de “tips” que aparentan poseer la “llave del éxito” para las relaciones interpersonales. El ser humano es un misterio que no puede ser reducido a una serie de parámetros fijos como quien se aproxima a una máquina de la cual se debe descifrar el funcionamiento para utilizarla según fines egoístas o funcionales. Para poder relacionarse adecuadamente con las personas se requiere tener una mirada profunda y adecuada del ser humano. La reverencia es una actitud fundamental para las relaciones interpersonales. En su libro El arte de vivir, Alice von Hildebrandt describe la reverencia como aquella virtud que “capacita la mirada del espíritu para observar la naturaleza más profunda de cada ser”. La reverencia sería como aquella mirada espiritual que nos permite ir más allá de lo superficial para ver lo esencial de cada persona. Esto requiere empezar por nuestra propia realidad personal siendo reverentes con nosotros mismos. Una persona reverente es aquella que es capaz de percibir su realidad más profunda y ser consciente de su propia dignidad hecha a imagen y semejanza de Dios. Solo así la persona será capaz de relacionarse auténticamente con los demás reconociendo la grandeza que poseen. Por lo contrario, una persona irreverente no podrá captar al otro en todas sus dimensiones. Son muchas las energías que se disipan y se pierden por las malas relaciones humanas. Juicios precipitados, malos entendidos, faltas de criterio y objetividad, y tantas otras situaciones, afectan día a día nuestras vidas. La reverencia permite tener una visión holística y completa de la realidad. Antes de emitir un juicio, la persona reverente busca entender los diversos aspectos que entran en juego en la situación, sin dejarse arrastrar por las presiones y prisas. Me sorprendió mucho el testimonio de un gerente, que en medio de una mala decisión de uno de los trabajadores que hizo perder mucho dinero a la compañía, convocó a una reunión y formuló la siguiente pregunta: “¿Qué pudimos haber hecho distinto para evitar esta situación?”. Cuando todos los trabajadores esperaban una reprimenda o castigo, el gerente, trascendiendo la situación, sin personalizar culpables, buscó soluciones y reflexiones que ayuden a evitar situaciones similares en el futuro. Esta visión que trasciende lo inmediato y se proyecta en el mediano plazo es también una manifestación de la reverencia. A diferencia del que pasa como una ráfaga de viento o un torbellino, siempre apurado y arrasando con todo aquello que se cruza en el camino, la persona reverente se detiene ante el otro. Toda su presencia irradia el interés que tiene por escuchar y entender a su interlocutor, dándole su verdadera importancia. Podríamos evaluar, por ejemplo, la dificultad que tenemos para escuchar al otro. Antes que la persona termine de exponer su punto de vista ya estamos pensando qué contestarle o tendemos a interrumpir a quien nos está “quitando nuestro valioso tiempo”. La reverencia permite ser sensibles a la realidad que nos rodea, incluso en aquello que es común y cotidiano. Por ello, la persona reverente sale al encuentro de aquellos detalles de los que nadie más se percata, a través de una palabra afectuosa, un servicio silente o un consejo certero.El interés real por el otro no se puede aprender, sino que tiene que brotar de la convicción de la dignidad y valor de la persona. El misterio de la persona es inagotable y no puede ser abarcado completamente. Si así lo entendemos, podremos aproximarnos de manera reverente a los demás, empezando por nuestra propia realidad.