La llamada agricultura convencional o de revolución verde ha desvirtuado la tierra y el campo como fuentes generadoras de vida y alimentos inocuos, anteponiendo su interés por obtener los máximos rendimientos en la producción, rentabilidad económica y productividad por unidad de superficie.

Hace una explotación de los recursos naturales renovables (agua, suelo, biodiversidad) sometiendo a los cultivos agrícolas a ritmos contra natura, dejándolos a la exposición de los agrotóxicos, como son los plaguicidas de síntesis inorgánica. El rápido crecimiento de las ciudades se ha visto acompañado por una evolución igualmente acelerada de la agricultura en las áreas urbanas y sus alrededores.

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La FAO estima que en el mundo, unos 200 millones de agricultores urbanos proveen alimentos a 700 millones de personas, la cuarta parte de la población urbana mundial.

La agricultura urbana y periurbana constituye una importante fuente de alimentos frescos y proporciona trabajo e ingresos a millones de hombres y mujeres. Los agricultores urbanos de ambos sexos cultivan huertas en pequeñas parcelas, haciendo un uso eficiente de recursos limitados como la tierra y el agua. No obstante, la producción agrícola urbana puede entrañar riesgos para la salud pública y el ambiente puesto que los fertilizantes, pesticidas y desechos provenientes de la cría de animales pueden contaminar el aire, el suelo y el agua potable. Los productores urbanos, hombres y mujeres, también se enfrentan con las mismas dificultades que los pequeños agricultores, en particular, la escasez de tierra y la falta de servicios. En el caso de las mujeres, esta situación se agrava por su inferior situación económica, social y jurídica.

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Los agrosistemas urbanos y periurbanos se definen como aquellas unidades de producción agropecuaria (alimentos de origen vegetal y animal) que se asientan dentro (agricultura urbana) o en la periferia de las ciudades (agricultura periurbana). Las comunidades que habitan las grandes ciudades son las principales demandantes de los productos que generan tales sistemas, lo que denota la importancia de que esas formas de producción sean ambientalmente seguras a fin de reducir la contaminación.

Para lograr el verdadero desarrollo sostenible requerimos que se cuiden los aspectos sociales, ecológicos y económicos de los sistemas de producción, logrando la integración del habitante urbano a partir de un cambio de mentalidad, produciendo y procesando las cantidades exclusivamente necesarias y reduciendo el consumismo; todo ello sin excluir las relaciones intrínsecas entre el campo y la ciudad, principalmente, porque forman parte de nuestros orígenes culturales, sobre todo, ya que existe el fenómeno de incremento poblacional concentrado en las ciudades modernas.

John Eloy Franco Rodríguez,
Guayaquil