No sabemos si pecan de insensatez o de no conocer los perjuicios que estos inocentes animales ocasionan. Tanto se han acostumbrado a la moderna alimentación que ya no les apetece buscar lo que su naturaleza les exigía, esto es semillas, yerbas, etcétera; por eso cada vez las palomas se acercan más a la gente, quien les arroja cualquier desperdicio de comida, o en su defecto, les dan trigo o maíz que compran.
Estas aves urbanas están consideradas una plaga en muchas ciudades del mundo, y autoridades municipales luchan contra su alta capacidad reproductiva. Son una preocupación desde el punto de vista sanitario. La diseminación de sus heces –al secarse y dispersarse con el viento– son fuente importante de contaminación, de posible contagio de alimentos, y por ende un foco infeccioso para el hombre por ser transmisoras de enfermedades como clamidiasis, histoplasmosis, ornitosis, criptococosis, psitacosis, tripanosomiasis, campilobacteriosis, toxoplasmosis, neumoencefalitis, tuberculosis atípica, fibrosis pulmonar, salmonelosis, además de infectar piletas de parques y tanques de agua en lugares elevados de los edificios, bordes de ventanas y balcones.
Para tener idea de cuán poderosa es la composición de sus heces fecales, investigaciones realizadas en España han hallado efectos negativos de las sales que contienen las deposiciones de palomas, en las mamposterías de construcciones, edificios y monumentos, las que penetran en las porosidades de la piedra para terminar cristalizándose y causando destrucción. ¿Cómo será el daño que ocasionen a niños y adultos cuando estas ingresan a los pulmones?, por ende cada vez hay más alergias y enfermedades respiratorias.
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Solo queda entrar en razón, para bien nuestro como para el de estas aves, a las que ilógica y egoístamente mal acostumbramos, y es dejar que sigan su vuelo en busca de su verdadero hábitat.
Lady Pamela Sánchez,
Guayaquil