INFORME. Un perfil de ex rehén. Antes de su secuestro, Íngrid Betancourt actuó ocho años en la política y fue dura crítica contra la corrupción. Combatió al ex presidente colombiano Ernesto Samper. Siempre habla de paz, y ahora, tras seis años como rehén de las FARC, remece el escenario político de su país. Hoy tiene fama mundial.
Dos horas antes de que un grupo de guerrilleros de la columna Teófilo Forero, de las FARC, la secuestrara el 23 de febrero del 2002, Íngrid Betancourt tenía la misma sonrisa, optimista y tierna, que se dibujaba en su rostro la tarde del miércoles pasado, luego de que fuera rescatada de sus captores por miembros de las Fuerzas Militares de Colombia.
“Con gusto hablaremos en Florencia, a lo mejor ingresamos juntos a San Vicente del Caguán”, dijo a EL UNIVERSO esa mañana cuando junto a Rogerio Weissemann, un periodista brasileño, se le pidió una entrevista en el aeropuerto de Neiva. Habló brevemente de su campaña; dijo que tenía muy buena acogida. Eran las 08:30 y ese día el entonces presidente colombiano, Andrés Pastrana, tenía previsto estar en San Vicente del Caguán, población que había sido retomada por el Ejército tres días antes, luego de que que el mandatario pusiera fin a los diálogos de paz con la guerrilla.
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Al aterrizar en Florencia, a las 09:00, ella trataba de convencer a los jefes militares para que la trasladaran vía aérea a San Vicente del Caguán, pues la carretera, de 156 kilómetros estaba cerrada en varios tramos con buses bomba y retenes de las FARC. No logró su objetivo. Contrató una camioneta y viajó vía terrestre.
Tres horas después llegó la noticia a San Vicente: secuestraron a Íngrid. “Eran los de la Teófilo Forero. Fue en El Paujil. Estaban nerviosos los guerrilleros; a uno de ellos, de unos 15 años, se le escaparon unos tiros que por poco pegan a una señora”, refirió una viajera, una de los pocos testigos del secuestro.
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En El Paujil, las FARC habían colocado coches bomba. Es una parte plana de la vía asfaltada, a mitad del trayecto hacia San Vicente. A la candidata presidencial y su compañera de fórmula, Clara Rojas (liberada en enero pasado), se las llevaron por una carretera de tierra a la selva. Ahí empezó su historia de seis años como símbolo de las víctimas del conflicto armado colombiano de casi medio siglo.
Pasó seis años en la selva pero, el miércoles, su rostro denotaba un envejecimiento mayor a sus 47 años. Su rescate, en el que no se derramó una gota de sangre, junto al de tres rehenes estadounidenses y once miembros de la fuerza pública colombiana, se dio cuando militares infiltrados convencieron al carcelero de las FARC, César, que debían llevar a los secuestrados en un helicóptero a una reunión con el Secretariado para negociar un canje, pero ya en su interior el jefe guerrillero y un ayudante fueron sometidos y Betancourt liberada.
Al llegar a la Base Militar de Catam en Bogotá se quitó el sombrero de camuflaje y dijo: “Acompañenme primero a darle gracias a Dios, a la Virgen que mucho le recé... segundo a todos ustedes que me acompañaron en sus oraciones”.
La marcada fe religiosa de quien antes escandalizó con la repartición de condones sorprendió tanto como su agradecimiento al Presidente de Colombia, Álvaro Uribe, su rival en los comicios del 2002.
Pero volvió la misma (o aún más) mujer indomable y 'sin pelos en la lengua' que conocían los colombianos en la década de los 90's cuando buscaba una salida negociada con las FARC.
La mañana de su secuestro, Íngrid llevaba puesta una camiseta con las frases: “Colombia quiere paz”, “Nueva Colombia”. Ese era su objetivo y su eslogan de campaña. Era la candidata ecologista auspiciada por el partido Verde Oxígeno, aliado con Nueva Colombia; promovía el diálogo para poner fin al conflicto, aunque las encuestas le daban una aceptación de menos del 10% frente al casi 50% de Álvaro Uribe. Como candidata ausente, logró el 4% de los votos.
Por su convicción, a las 05:00 del 23 de febrero, Betancourt le dijo a su madre, Yolanda Pulecio, una ex reina de belleza, y a su segundo esposo, Juan Carlos Lecompte: “Me tengo que ir, es mi deber; les ofrecí a los habitantes de San Vicente del Caguán estar con ellos en las buenas y en las malas”. Aún cree que la paz en su país es posible.
Desde el día de su rescate, el miércoles 2 de julio, llama a buscar el diálogo, pide que los mandatarios de Ecuador, Rafael Correa; y, Venezuela, Hugo Chávez, pidan eso a las FARC.
Betancourt nació en Colombia el 25 de diciembre de 1961, pero creció en París. Su padre, el ex ministro Gabriel Betancourt Mejía, murió por complicaciones cardiovasculares y respiratorias solo un mes después del secuestro de su hija. En Francia se casó –y posteriormente se divorció– del diplomático francés Fabrice Delloye (con quien procreó a Melanie y Lorenzo). Por su matrimonio logró obtener la ciudadanía francesa.
La situación de Betancourt movilizó durante seis años a las autoridades del Estado francés, a artistas, asociaciones y personalidades, haciendo de ella un ícono en ese país y el símbolo del drama que viven unos 3.000 rehenes en Colombia.
El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, había hecho de la liberación de la franco-colombiana una “prioridad” de su acción diplomática y la había elevado al nivel de “causa nacional”. Desde que fue secuestrada, la ex candidata ha sido nombrada ciudadana de honor de un millar de localidades de Francia, Italia y otros países.
En el 2004 fue postulada al premio Nobel de la Paz; ese mismo año y en el 2006 fue finalista al Premio Sajarov, que concede el Parlamento Europeo; y, en 2007 fue propuesta como candidata al premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
Betancourt ha tenido y tiene actualmente una gran imagen nacional, pero mucho más internacional, considera John Jairo Torres, editor de Justicia de diario El Tiempo, de Colombia.
“Es una mujer que entró en la política con mucha fuerza allá por 1994, por ser joven, preparada y carismática. Entra con una actitud bastante crítica contra el entonces presidente Ernesto Samper, quien era acusado de tener nexos con el narcotráfico, y asumió una de las banderas de la oposición”, dice.
Íngrid se graduó en el Instituto de Ciencias Políticas en París. Es politóloga, especializada en comercio exterior y relaciones internacionales. En 1990 regresó a Colombia, donde trabajó como asesora del Ministerio de Hacienda y Crédito Público, y después del Ministerio de Comercio Exterior. Su carrera política comenzó al ser elegida representante en el Concejo de Bogotá por el Partido Liberal.
En 1994 formó con los parlamentarios María Paulina Espinosa, Carlos Alonso Lucio y Guillermo Martinez Guerra el grupo de Los Mosqueteros, que denunció presuntas irregularidades en la compra de fusiles Galil al Gobierno de Israel.
En 1996 emprendió una campaña de denuncias contra Samper y realizó una huelga de hambre en la Cámara de Representantes y, al mes siguiente, pidió al Partido Liberal que expulsara a Samper de sus filas, a quien acusó de haber violado el Código de Ética de la formación al sobrepasar el máximo legal de gastos autorizados por los organismos electorales.
Durante el juicio que se le hizo en el Congreso, en junio de 1996, lo calificó de “delincuente” por su responsabilidad en la financiación de su campaña presidencial con dinero del narcotráfico, acusación de la que el presidente fue exonerado. Sobre este asunto publicó en 1996 el libro Sí sabía.
En 1998 abandonó el Partido Liberal y en las elecciones del 8 de marzo de ese año fue elegida senadora por la organización política Verde Oxígeno, con la que consiguió ser la candidata más votada. En mayo del 2001 renunció a su escaño en el Senado, al que calificó de “nido de ratas”, para presentar su candidatura a las elecciones presidenciales de mayo del 2002 por el movimiento político Nueva Colombia.
En Francia publicó, en el 2001, el libro La rabia en el corazón, considerado como una autobiografía. Semanas después salió a las calles de Bogotá a obsequiar grageas de Viagra, según afirmó, para “parar al país”.
Torres dice que la vida de Betancourt gira en torno a la política. “Volvió mucho más madura... Me sorprende la afinidad hacia Uribe, salió muy crítica con las FARC. El discurso de ella es importante y en adelante va a ser muy importante en el juego político de Colombia”.