El paisaje, unido al misticismo de la ceremonia, daba al lugar un toque de misterio que atraía la atención de los turistas y viandantes, que a esas horas paseaban en busca de brisa que aplacara un poco los 30 grados centígrados de temperatura ambiente.
A pesar del calor, unos 20 de los 200 otavaleños que asistían a la ceremonia lucían con orgullo su traje típico, incluso el poncho. Pero en esta ocasión, los otavaleños no estaban solos. A ellos se habían unido 150 bolivianos, que son parte del éxodo de ciudadanos del altiplano que en el último año llegaron hasta estas tierras.
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Hacia la medianoche, los otavaleños cumplieron con el tradicional rito de bañarse en las aguas, para purificarse y liberarse de las malas energías. También se ortigaron, en medio de correrías en la arena, y comieron el tradicional cucayo: fritada, papas, lentejas, arroz, guisantes (arvejas).