Así debería funcionar siempre el mercado, incentivando la oferta de servicios mejores y más baratos, y dejando que sea el cliente el que diga la última palabra.
La condición para eso, sin embargo, es que la publicidad no apele a mensajes confusos que engañan al usuario. La oferta de cada empresa debe ser explicada con sencillez pero también con precisión, no dando a entender lo que no existe.
En un país donde la educación se ha deteriorado tanto, esta obligación adquiere una importancia suprema.
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Estamos seguros de que la publicidad ecuatoriana, que ganó muchísimo en creatividad en los últimos años, estará a la altura de este desafío ético.