| nalutagle@yahoo.comIncluso lo oscuro, como la negritud de esa noche, puede ser intensamente bello, y es muy parte de nosotros, nos completa como seres plenos; es cuestión de identificar y disfrutar de cada estado, color y ser de nuestro entorno”. Encuentro en Baltra a un querido amigo que lee mis artículos cada quince días, Mario Domínguez. Él me pide que escriba algo distinto, que me refiera a lo oscuro de las islas, de sus humanos, a mi propio lado sombrío. Intento, pues, pensar en cosas ocultas, las otras caras que no se ven, a las que pocos hacen referencia, tal vez lo feo, lo turbio; y de oscuro solo puedo recordar la noche de hace pocas noches, cuando al mirar hacia arriba distinguí por encima de laureles gigantescos un cielo negro, negrísimo, decorado por las estrellas más lustrosas. Ese rato pensé “no tengo nada de qué quejarme en la vida”, y sin intención de jugar a ingenua, hoy siento que definitivamente es así; que incluso lo oscuro, como la negritud de esa noche, puede ser intensamente bello, y es muy parte de nosotros, nos completa como seres plenos; es cuestión de identificar y disfrutar de cada estado, color y ser de nuestro entorno. Lo claro, lo luminoso, lo opaco son solo matices de nuestra propia esencia, son colores que vemos también reflejados en los demás, humanos, animales, plantas e incluso cosas inertes, casas, calles, bicicletas. En el silencio de una mañana gris, que algunos describirían como melancólica y triste, en esas condiciones precisas no hay mayor felicidad que estar junto a mi amigo neurótico y brillante de la parte alta. Pasado el mediodía, con un sol canicular, asfixiante, donde apenas se alcanzan a rescatar unas pocas partículas de oxígeno del aire denso y estático de Puerto Ayora, no hay nada más refrescante que sentarse en una esquina y ver circular a los personajes del pueblo, y de mi propia y particular vida. Pasan los individuos a quienes les importa un comino la conservación, o les vale hasta el punto en que no interfiera con sus propios intereses económicos. Están los que interpretan la ley a su conveniencia, se aprovechan de las zonas grises, de la aparente inestabilidad del Parque Nacional Galápagos, a la espera del nombramiento de un nuevo director, luego de que perdiera a Raquel Molina, bióloga comprometida con la conservación y el orden. Cada uno de estos humanos, con su lado turbio y su lado espléndido, es parte de mi vida; de los segundos compartidos mi existencia se enriquece. Al atardecer, las madres de Puerto Ayora se reúnen en el Parque Municipal con la nueva generación de las islas. Llegan mis amigas; muchas se han retirado temporalmente de la guianza para atender a sus crías, y una luz fresca ilumina sus ojos, un resplandor que no entiendo, pero que es felicidad pura, similar a la de enamorados adolescentes que aman con el más incondicional de los amores. ¿Será oscuro el dedicarse a un par de tequilas una vez caído el sol? ¿Y danzar incontrolablemente con quien se cruce? ¿Tenderse en medio de la calle a contemplar las constelaciones, ajena al tránsito? ¿Amanecer parcialmente amnésica y feliz? Al final del día, lo que todos buscamos es cortar esa distancia de vacío que nos separa de los demás humanos; anhelamos contacto, reconocernos en los ojos de otro y por qué no decirlo con la palabra precisa, buscamos amor. Desde el tripulante que una vez en el pueblo, adonde llega un día por semana, corre desesperado hasta el “Cuatro y medio”, hasta la pasajerita que intenta acoplarse a los ritmos tropicales apretando con todo su cuerpo al guía, que sin reticencias se aplica. ¿Es eso oscuro? Tal vez cuando hay mentiras de por medio, cuando se hace daño intencionalmente, ¡qué sé yo! No intento escribir un tratado de moral y ética, solo quisiera identificar “lo” oscuro, y por más que escarbo, siempre hallo gracia. ¿Será que no existen absolutos, ni en lo oscuro, ni en lo claro, ni en lo bueno, ni en lo malo?