Los niños y los adolescentes son los seres más importantes del universo, y he observado que si nos proponemos un buen trato con ellos, lograremos maravillosas experiencias; y si como maestros enseñamos con alegría, tendremos alumnos educándose en ambientes positivos.
El maestro que se siente con libertad de adaptar los programas, métodos y técnicas, será una persona confiada y segura de su labor. Estando seguro frente a su rol, aceptará sus errores y buscará soluciones. De la misma manera, aceptará las deficiencias de sus alumnos y las podrá trabajar pedagógicamente de manera que el estudiante aprenda mejor.
El trato comprensivo y amable estimula al alumno dándole seguridad, confianza y desarrollo de su autoestima. Debemos aceptar a todos los niños y jóvenes, respetarlos y entender sus necesidades individuales. Ellos requieren de nuestra atención porque todo proceso intelectual pasa a través del tamiz del afecto.
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Para facilitar la comunicación es necesario escucharlos, observarlos, tratando de entender lo que sienten y desean, de manera que las decisiones sean tomadas basadas en el diálogo y no en la discusión, así como ofreciéndoles consejos para sus conflictos y la búsqueda de posibles soluciones.
Mariana Velarde Vanoni,
psicóloga orientadora, Guayaquil
Digna y honrosa es la tarea de educar. Esta noble misión de formar y dirigir actividades anímicas, físicas e intelectuales de los educandos para convertirlos en seres útiles para sí mismos y para la sociedad, ha sido siempre el blasón de honor de aquellos hombres y mujeres que han entregado sus vidas en la formación de nuevas generaciones, con la idea fija de plasmar una sociedad mejor.
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Con emoción recordamos sabias enseñanzas de nuestros profesores y sus figuras de bondad, energía, sapiencia, que un día como hoy, Día del Maestro, reviven nuestros afectos hacia ellos; seres nobles que se dedicaron a esa tarea de sembradores incansables de la justicia y la verdad.
El magisterio impone vocación, dedicación íntegra a esta acción. El verdadero maestro es ajeno a ejercer su profesión por cálculo, coacción o por miedo. Su único placer es la satisfacción del deber cumplido, y su único juez es la voz de la conciencia, la consideración de sus alumnos y el respeto de la comunidad.
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Estos principios han perdido su valor para aquellos maestros que han hecho de su profesión un modus vivendi.
Carlos Holguín Castro,
licenciado pedagogo, Daule