Nuevo mandato.Entre críticas por la desaceleración de la economía y las amenazas de ETA.

José Luis Rodríguez Zapatero es un hombre tranquilo. Un convencido del poder transformador de la política. Cálido en las relaciones humanas pero frío en el ejercicio del poder. Moderado en las formas pero que se ha mostrado radical en la defensa de las que promueve como sus convicciones y valores: la libertad, la solidaridad y la igualdad. Intuitivo.

Reflexivo. Imprevisible.
Es el líder de los socialistas españoles que la próxima semana será, por segunda ocasión, investido presidente del Gobierno de España.

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El filósofo Gustavo Bueno tacha a su pensamiento de “simplista, errático, vano y peligroso, por dejarse llevar por métodos propios de la ensoñación infantil para despachar problemas que acucian al mundo”.

No dejó de ser significativo, sin embargo, que Zapatero diera disculpas a los extranjeros por comentarios hirientes que desde la derecha radical atizaron la campaña electoral antes de los comicios del pasado 9 de marzo. Más de un dirigente en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) le recomendó no abordar el tema migratorio “porque podía perjudicarlo y restarle votos”, confiesa José Andrés Torres Mora, uno de sus colaboradores más cercanos.

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Miguel Arias Cañete, diputado del conservador Partido Popular (PP), culpó a los extranjeros de colapsar los servicios de urgencia de los hospitales y ser menos eficientes que los camareros españoles. “Les parece bien que los inmigrantes hagan trabajos duros, pero les parece mal que puedan hacerse una mamografía”, exclamó Zapatero en respuesta a esas palabras. Al escucharlo, Torres Mora le envió un mensaje a su celular: “Dentro de 30 años, el hijo de una mujer ecuatoriana inmigrante en España hablará bien de ti, entretanto lo haré yo”.

Suso de Toro, autor del libro Madera de Zapatero, usa tres calificativos para definirlo: tozudo, individualista y guerrero. Quizás, más inocente que ingenuo. “A Zapatero le gusta hacer acopio de informaciones, escucha pero no acepta influencias que pretendan condicionarlo”, anota el escritor. Indemne a las campañas de descrédito, “lo que más le ha disgustado no han sido los ataques de la derecha, sino la mezquindad del establishment de la izquierda”.

Acabar con ETA era, en su opinión, “su mayor desafío”. La oposición lo acusó de “pactar con los terroristas” e incluso de “traicionar a los muertos”. La ruptura de la tregua por parte de la banda vasca con el atentado que el 30 de diciembre del 2006 se saldó con la muerte de los ecuatorianos Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio la vivió como “un fracaso político y una decepción personal”. “La primera orden que dio fue de localizar y traer a sus familiares, donde estén.  Entendía que se tenía que hacer un esfuerzo de acompañamiento y proximidad”, rememora Trinidad Jiménez, secretaria de Estado para Iberoamérica.

No ha olvidado uno de esos encuentros Wilson Hernán Moyolema. Zapatero fue especialmente afectuoso con el ambateño el día que se recuperó el cuerpo inerte de Carlos Alonso Palate entre los escombros del módulo D del aparcamiento de Barajas. Lo atormentaba un sentimiento de culpa  porque fue él quien instó a su amigo a permanecer en el automóvil. “No salgas. Quédate ahí”, le dijo Wilson Hernán a Carlos. La explosión marcó el punto y final de la conversación.

“Zapatero confió –dice Toro– en el lado humano de los terroristas, pensó que prevalecería el sentido común”. Se equivocó.

Nadie recuerda en él un exabrupto o un golpe en la mesa. Se enfada, por supuesto, pero no levanta la voz a nadie y esa es una de las cualidades que más valora en él Jiménez. “La fortaleza en política se manifiesta manteniendo el respeto a los interlocutores, en los momentos más tensos y duros”, añade.

Juan Fernando López Aguilar, diputado por Canarias, descubre en su talante “una actitud de profundo respeto por el prójimo y la ciudadanía”.

Fue él, confiesa con modestia, quien vio en Zapatero al relevo de Felipe González. Corría junio de 1997 y los socialistas celebraban en Madrid la edición 34 de su Congreso Federal, que designó a Joaquín Almunia como  secretario general del partido.  “Me acerqué a José Luis y le dije: Si tú no eres el futuro líder, se te parece mucho”, recuerda el ex ministro de Justicia. “No es el momento de dar el paso” le respondió Zapatero. La agrupación política cosechó, tres años después, los peores resultados electorales de su historia: perdió 16 escaños en el Parlamento frente a la rotunda mayoría absoluta que logró el Partido Popular de la mano de José María Aznar, que revalidó la victoria de 1996.

Había llegado el momento de dar el paso para este leonés amante de la pesca y el ajedrez que en 1986 se convirtió en el diputado más joven del Congreso. Los votantes demandaban una renovación total a los socialistas y Zapatero, asiduo lector de Borges y Cortázar, con una esperanzadora visión del futuro enarboló el cambio tranquilo y optimista. “No estamos tan mal”, repetía con el mismo gesto amable pero convincente que imprime a cada una de sus intervenciones.

El 23 de julio del 2000, trece días antes de cumplir 40 años, se situó al frente del PSOE. Apostó por la “oposición útil”. Departía sonrisas mientras Aznar se sentía ganador. Las elecciones generales del 14 de marzo del 2004, tras los atentados islamistas del 11-M, lo encumbraron a la cima del poder. Retiró las tropas de Iraq, dio luz verde al matrimonio homosexual, aprobó una ley integral contra la violencia de género... Aunque para su rival, Mariano Rajoy,  Zapatero “ha dilapidado la herencia que le dejó el PP de una economía sana de crecimiento” y lo acusa de su incapacidad de actuar para prever y frenar la crisis económica; más de 11 millones de españoles le reiteraron, el 9 de marzo pasado, su confianza.