Para aquellos que nos preocupamos por la formación de los jóvenes y por los problemas de una sociedad dominada por el relativismo, el optimismo constituye una buena terapia; tal vez por eso es uno de los valores que mayor interés han despertado entre los investigadores de la psicología actual.

La principal diferencia entre un optimista y un pesimista radica en el enfoque con que se aprecian las cosas. Empeñarnos en descubrir inconvenientes y dificultades nos provoca apatía y desánimo. El optimista supone hacer ese mismo esfuerzo para encontrar en cambio soluciones, ventajas y posibilidades. La diferencia es mínima, pero tan significativa que nos invita a cambiar nuestra actitud hacia la consecución de ese valor. En general, parece que las personas más optimistas tienden a tener mejor humor, a ser más perseverantes y exitosas, e incluso, a tener mejor estado de salud física. De hecho, uno de los resultados más consistentes en la literatura científica, es que aquellas personas que poseen altos niveles de optimismo y esperanza (ambos tienen que ver con la expectativa de resultados positivos en el futuro, y con la creencia en la capacidad de alcanzar metas) tienden a salir fortalecidas y a encontrar beneficio en situaciones traumáticas y estresantes.

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Pienso que puede ser importante que nos tomemos con optimismos las situaciones difíciles. No obstante, las personas que apoyamos nuestras actuaciones en la ayuda de un Ser Superior (Dios) tenemos más facilidad para el optimismo.

Es así que sin afirmar que el optimismo tiene una base cristiana, los que vivimos con tal creencia lo tenemos más fácil.

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María Helena Vales-Villamartín Navarro
Málaga, España