Rezos, música y comida confluyen este viernes, día de Todos los Santos en Bolivia, en un sincretismo de los mundos occidental y aymara-quechua-amazónico caracterizado por rituales inescrutables en los cementerios, donde los dolientes esperan por sus difuntos.
Para el mundo indígena, en especial, el Día de Difuntos (jueves) y de Todos los Santos (viernes) tienen gran importancia porque representan el reencuentro por unas horas con los antepasados fallecidos.
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Basados en una remota costumbre y fieles a la antigua tradición española del siglo XVII, los familiares prepararon los gustos mundanos de las almas que, según la creencia, suelen llegar al mundo terrenal al mediodía del 1 de noviembre y marcharse 24 horas después tras satisfacer sus hábitos sibaritas.
Junto a comer con sus muertos, los bolivianos, en especial aymaras, quechuas, guaraníes y clases populares, suelen beber cerveza y chicha (licor de maíz) en los camposantos, en medio de la estridencia de la música que, por esta única vez, rompe tímidamente la paz sepulcral de los cementerios.
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Luego de comer y beber, los deudos -y según la tradición, los muertos- retornan a sus moradas pasado el mediodía del 2 de noviembre.
La feria del "mast'acu", que consiste en adquirir panes y pastelillos a cambio de oraciones, las más de las veces, caracteriza por ejemplo a varias regiones de los valles bolivianos, de fuerte acento quechua.
La música y el licor son infaltables en la celebración de Todos los Santos, que, en parangón es, para el mundo indígena, tan importante como las Navidades para los occidentales.
La 't'antawawa' -un amasijo de harina de trigo con forma humana y rostro del deudo- es la figura central de la celebración pagano-religiosa.
En las viviendas de los dolientes, las 't'antawawas' suelen coronar las mesas (arreglo especial para el día de difuntos) adornadas con flores y cañas simulando una hornacina rodeada de llamas (auquénidos altiplánicos) y otros animales también laboriosamente hechos de harina.
En San Ignacio de Moxos, en el amazónico departamento de Beni, la celebración principal de Todos los Santos se radica en la iglesia catedral donde los dolientes llevan comida, bebida, dulces y 'masaco' (pasta a base de banano verde), según evoca la agencia estatal ABI.
Según la tradición, mientras un religioso hace las oraciones, los difuntos se alimentan con las comidas hechas en su honor. Los dolientes, en tanto, invitan comida típica y chicha de maíz.
Los jóvenes y los niños, que también participan de las oraciones, tienen prohibido recibir las ofrendas: "Lo que las almas comen, no deben comer los niños, porque se vuelven locos", según una creencia del lugar.
En la andina ciudad de El Alto, una de las más pobres de Bolivia, las tumbas lucían abarrotadas de alimentos, en un 'apthapi' aymara (comida comunitaria) que el 'ajayu' (alma) del difunto se aprestaba a compartir con sus deudos.
En esa ciudad joven, vecina de La Paz, sede del Gobierno boliviano, la mayoría de los camposantos son clandestinos, en buena medida por un tema económico y por la facilidad de enterrar a los muertos sin los engorrosos trámites burocráticos de los cementerios legales.
Por vez primera desde que se tenga memoria, la cancillería boliviana, dirigida por el aymara David Choquehuanca, se sumó a la fiesta de los Difuntos y erigió en uno de sus salones un ofertorio a las almas de las víctimas de las innumerables rebeliones populares.
Feriado en Bolivia, la mayoría de la población concurrió este viernes a los cementerios de todo el país.