Los aspirantes, luego de rendir los exámenes escritos de grado, el examen práctico, cuando eran de colegios técnicos, se presentaban a los exámenes orales como último peldaño de su carrera.
Para ello debían prepararse y sustentar verbalmente los temas de cuatro materias: dos de la especialidad, una sorteada y otra escogida por el alumno, veinticuatro horas antes del examen.
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Un tribunal formado por el rector del plantel, los delegados del Ministerio de Educación y los profesores de las cuatro materias, escuchaban y hacían preguntas y repreguntas a cada nervioso estudiante durante una hora.
Estos exámenes eran públicos, pues asistían padres de familia, amigos y hasta compañeros de quinto curso, que palpaban lo que les esperaba para el año venidero en que debían graduarse.
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Concluido el examen oral de cada aspirante, el secretario(a) del colegio leía los promedios del alumno durante su carrera: de primero a quinto curso, de sexto curso, de exámenes escritos de grado; o del examen práctico, cuando se trataba de planteles técnicos.
La calificación del jurado del examen oral y por último el promedio final, que era la calificación con la que se graduaba y que constaba en el acta de grado y el título de bachiller.
Finalmente el presidente del tribunal le tomaba la promesa de ley y lo declaraba bachiller de la República.
Pasado el susto, los alegres jóvenes posaban con sus profesores, familiares y compañeros para las fotos del recuerdo, que en ese entonces eran en blanco y negro.