He esperado varios días para escribir esto con tranquilidad frente a tanto horror, pero han pasado las semanas y las imágenes de ese terrible momento no se borran; son cada vez más claras. Recuerdo a un pequeño  gritándole al viento que amaba a su  equipo y disfrutando ese momento. Mi amigo, observándolo, decía: “Ojalá mi hijo sea igual” (su niño es muy chiquito para ir al estadio). Al instante siguiente, ya no había júbilo; Miguel trataba de apagar  la bengala que ardía en el pecho del menor. Lo mismo hacía Washington. Todos tratábamos de hacer algo para ayudarlo. Luego, en mis brazos, ya no gritaba, estaba inerte. Un policía lo cargó, luego un familiar, y después la noticia de su deceso.
Los policías dicen que  no son responsables de lo que los dirigentes permiten ingresar al estadio antes de los partidos de fútbol. Los dirigentes dicen que no son responsables porque no autorizan el ingreso de explosivos y que ni conocen a los integrantes de las barras. Los periodistas deportivos no se sienten culpables porque advirtieron que eso podía ocurrir.  Los dirigentes de las barras dicen que ellos no estuvieron presentes y no pueden controlar a todos los que participan en estas. Nosotros, los aficionados, añadimos que no formamos parte de las barras.  Los futbolistas agregan que ellos solo juegan. Al fin, ¡nadie es culpable de la inmensa tragedia!

¡Qué  fácil es lavarse las manos. No sé si pueden  estar tranquilos!; yo no puedo al pensar en la responsabilidad que todos tenemos cuando: los policías conocen a los autores de los desmanes en los estadios y no los han detenido aunque están filmados cuando realizaban estos actos; hay dirigentes de barras perfectamente identificados; dirigentes que venden más entradas de la capacidad de las tribunas y no previenen una catástrofe, y otorgan facilidades para que se organicen las barras sin importarles la violencia con la que actúan; periodistas deportivos invitan a llenar los estadios y tibiamente se refieren a la exagerada venta de entradas, o entrevistan a dirigentes de las barras como héroes, y en vez de exigir sanciones para todos los culpables tratan de señalar quién fue el primero en lanzar la bengala, como si eso hiciera menos culpable al asesino, y se preguntan si la sanción al estadio es correcta.

¡No! Todos son culpables: los dirigentes de las barras que conocen a los encargados de los “arsenales”, y aunque no los conocieran, son responsables porque son canalizadores de los auspicios para que puedan existir; los futbolistas, que con gran violencia agreden a sus compañeros en la cancha; y nosotros, que sabiendo lo que ocurre, asistimos al estadio y no decimos nada. Respetemos la memoria de Carlitos Cedeño y no nos lavemos las manos con justificaciones. Miro a mis hijos, nietas, y no sé si yo hubiera encontrado consuelo si uno de ellos hubiera sido la víctima.

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José Apolo Pineda,
doctor, Guayaquil