No son famosos, pero juegan un rol clave para la ciudad. Se los presentamos desde hoy. Aunque no todos nacieron en Guayaquil, el tiempo y las características de las labores que cumplen en favor de la ciudad hacen que la relación haya trascendido de lo laboral a lo emocional y digan convencidos que se sienten muy guayaquileños.
Son personajes que, sin darse cuenta, cumplen roles fundamentales para el desarrollo de la urbe. Salimos en búsqueda de ellos solo con la idea de conocer y luego mostrar a quien alimenta nuestra espiritualidad desde lo religioso; quien nos traslada en bus; aquellos que se preocupan de que agua y luz no nos falten; quien atiende de emergencia nuestras dolencias o el maestro que imparte sus enseñanzas desde muy temprano.
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Y encontramos no solo a ellos, sino también a la señora de la tienda que resuelve las urgencias del barrio; al bombero que organiza desde el 102 la lucha contra los incendios, y al más antiguo sepulturero que tiene el cementerio general. Son verdaderos héroes, y este festivo inicio de octubre es una oportunidad para conocerlos y agradecerles.
Esta conductora transporta por las calles de la ciudad a los usuarios de la línea 131.
“Pero si es una mujer manejando”, expresó César Rodríguez, un vendedor de 32 años, al abordar el bus disco 34 de la línea 131, de la cooperativa Las Orquídeas, el martes pasado.
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Su sorpresa fue encontrar a Gladys Medina, una mujer que luce joven a sus 49 años, conduciendo el vehículo. “Eso siempre pasa, aunque ya tengo trece años manejando este bus” dijo ella entre risas.
Medina es oriunda de Morona Santiago, se vino a Guayaquil cuando tenía 19 años y nunca imaginó que trabajaría como chofer. “Empecé con un quiosco de comida rápida frente al Cuartel Modelo de la Policía, en eso trabajé catorce años”.
En esa época, con su ex esposo tuvo la oportunidad de comprar un bus pequeño, en el cual invirtió seis millones de sucres y comenzó como cobradora, trabajo que hizo por ocho meses en esa cooperativa.
“Me gustó, vi que era fácil conducir; comencé a coger el volante y dije me voy a comprar un bus”, comentó Medina, quien empezó practicando los domingos porque hay menos tráfico y así perdió el miedo.
Al inicio trabajó todos los días durante dos años para pagar el bus.
“Recién estábamos empezando, nos metíamos en la ciudadela Las Orquídeas porque la gente pedía el servicio, pues solo tenían la línea 63”, explicó.
Luego cambiaron la unidad por una más grande, con capacidad para 40 pasajeros, en eso gastó $ 40.000. Su papá, Miguel Medina, un ganadero cuencano que se mudó al Oriente, fue quien siempre la apoyó y la ayudó con un préstamo para comenzar luego de su divorcio.
“Al principio me gritaban en la calle que las mujeres son para la cocina y me sentía sola”, recordó. Además de superar la discriminación por su género, también le fue difícil aprenderse los turnos, los relojes y las rutas del recorrido.
No se dejó vencer por el desánimo porque más importantes fueron “las felicitaciones de los usuarios”, dijo esta conductora que es la única mujer en la línea 131, pero no la única en manejar buses en Guayaquil.
Sus compañeros la consideran una persona muy reservada y comparten con ella los escasos minutos que descansa entre vuelta y vuelta.
“Es una dama, responsable, que lucha día a día”, contó el controlador Cristian Loor, quien la conoce hace cinco años. “Sabe de derechos humanos y reconoce sus errores sin problemas, sus conversaciones son constructivas”, indicó.
El gerente de la cooperativa Las Orquídeas, José Peña, aseguró que Medina lleva su trabajo con seriedad. “Es una socia fundadora que refleja su responsabilidad y sus compañeros tratan de imitarla, eso es positivo”, manifiesta Peña.
“Al principio llamó la atención, sobre todo, cuando cambiamos las furgonetas por busetas más grandes”, refiere Peña, quien aprecia su trabajo dentro de la cooperativa.
Como todo chofer tiene claras las reglas del juego, sabe que no debe correr cuando hace las vueltas, que duran una hora y 45 minutos, pero está pendiente de no caerse en los minutos, es decir, no llegar tarde.
Una virtud que aprendió a desarrollar con su trabajo es la paciencia porque “es duro, cansado, estresante, hay que buscar pasajeros, entrar, salir, pero uno tiene que cuidar al usuario” manifestó Medina.
Su orgullo es que “hasta ahora no he tenido un accidente de tránsito, sí sustos, como el del día domingo de elecciones, cuando se me fueron los frenos, pero gracias a Dios no pasó nada no choqué con nadie, el carro se detuvo solo”, contó.
Reconoce que es una profesión expuesta al peligro, “en diciembre me robaron tres veces, el ladrón me iba amenazando desde La Garzota hasta el hotel Hilton Colón, pero no pasó a mayores”, relató.
Gladys trabaja pasando un día, cuando conduce sale a las 05:00 y regresa a las 22:30. Pero cuando está fuera de sus labores se concentra en su familia, que es lo que más disfruta.
Le gusta salir a pasear con sus hijos y su actual esposo y cocinar para las reuniones familiares, donde además baila pero no bebe licor.
Sus cuatro hijos también saben conducir, la menor es Linda Lara, de 24 años, quien es vigilante CTG, al igual que su yerno Franklin Yépez.
“Tengo la ley en la casa”, bromea Medina, quien dentro de su hogar es amable, cariñosa y engreidora, como contó Linda, quien la acompañó como cobradora cuando era adolescente. “Mi mamá es muy activa, trabajadora, me siento muy orgullosa de ella porque hay pocas mujeres que conducen bien”.
“Tiene un carácter fuerte pero siempre ha sido de aconsejarnos y de dialogar, es una buena madre”, comenta Lara.
A Gladys no le asombra llamar la atención en las calles por conducir un bus, sonríe cada vez que las personas la miran con asombro, aún después de tantos años en el volante.