Estamos a pocos días para que llegue el domingo 30 en que el pueblo ecuatoriano irá a las urnas con motivo de la elección de asambleístas provinciales y nacionales.
Ojalá que en esta ocasión las autoridades correspondientes tengan establecidos planes u operativos de seguridad y salubridad, para que el acto del sufragio se desarrolle en orden y decencia, respetando el ornato de las urbes.
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Concretamente en la ciudad de Guayaquil, sus habitantes ya sabemos cómo se torna el ambiente en todas las parroquias y sus alrededores, donde existen juntas receptoras del voto.
Con el pretexto de que ese será un día de mucha actividad, de que hará sol, de que la gente sentirá hambre, sed y calor; de que se debe alegrar el ambiente, y de que todos tienen el “derecho a ganarse la vida”, se instala un sinnúmero de “negocios” que transforman nuestra ciudad en una caótica, ruidosa, sucia y vergonzosa feria pueblerina.
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Comerciantes de todos los rincones llegan con sus camionetas, sillas, mesas, fogones, parasoles, cocinas, pailas, baldes, lavacaras, equipos de sonido, televisores, colchonetas... e instalan sus tenderos en plena vía pública. Desde muy temprano vemos comedores públicos, puestos que expenden frituras, churros, jugos, frutas, agua, colas, gafas, discos, ropa, gorras, yoyos, globos, pasteles... Las aceras se copan de estos y muchos otros tenderos, y los miles de votantes debemos abrirnos paso sorteando ollas hirvientes con preparados rebosantes con grasas o mantecas, o entre tanques de gas expuestos al sol, o en medio de aceras resbalosas por los residuos de cáscaras de plátanos, naranjas y demás desechos alimenticios que quedan regados.
Nuestra pobre Guayaquil, que busca embellecerse con la regeneración, queda enmugrecida, sofocada por la gran cantidad de basura en sus calles y el humo sofocante de las pailas. Ver a la masa humana de sufragantes, unos conduciendo en medio de un intenso tráfico vehicular y otros caminando por esa gran feria del desorden, es un espectáculo deprimente que siempre se repite y va en aumento en esta ciudad de nadie, donde todo, al parecer, es permitido.
Ojalá que las autoridades municipales, policiales, de tránsito y de salud se unan en esta ocasión en algún plan conjunto y eviten tal perjuicio a la Perla del Pacífico, prohibiendo desde ya que se la denigre de esa manera. No es justo, Guayaquil hospitalaria y cosmopolita no merece ese trato de parte de nadie. Su regeneración no solo debe ser física, sino también moral, cívica, haciendo velar el respeto hacia ella de parte de sus ciudadanos y visitantes.
Janina de Chávez
Guayaquil