En su base de trabajó, él y otros doce rescatistas posan las imágenes religiosas que hallaron intactas en la iglesia San Clemente, donde murieron más de 150 personas.
Todos regresaron a su trabajo menos este joven de Arequipa. Él quedó estupefacto frente a la imagen de la Virgen de Chapi, patrona de su ciudad.
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Él se arrodilla frente a la imagen, saca su peinilla y le arregla los cabellos. Mientras lo hace, llora. “Es la patrona de mi ciudad, a la que mi madre, muerta hace un mes, era devota. A esta Virgen le debemos que la catástrofe no haya sido peor”.
“Me es difícil asumir la muerte de tantas personas pero no soy quien para juzgar a Dios por permitir esta desgracia”, dijo.
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“Lograr el rescate de una persona es una sensación incomparable. Si bien mi trabajo es voluntario, no hay mayor retribución que al final del día pueda sentir una labor cumplida, sabiendo que he contribuido para que alguien tenga una nueva oportunidad”, dice Valero, quien confiesa haber “visto cosas muy feas”.