Envueltos en la polémica noticiosa que producen los candidatos a asambleístas, el gobierno y los medios, no hemos puesto el énfasis necesario a un tema trascendental como es el campo Ishpingo-Tambococha-Tiputini (ITT). Nuevamente el país se encuentra en una disyuntiva que ahora consiste en quiénes están de acuerdo explotar o no el campo ITT, lo cual nos sumerge en un intenso debate.

Se me hace imposible tolerar la postura de Petroecuador que manifestó la importancia imprescindible de explotar el mencionado campo, y prefiero hacerme eco de los dos planteamientos que conforman esta disyuntiva.

Por un lado está la explotación de la reserva ecológica, que con la tecnología se pretende causar el menor daño ambiental posible, esta postura se sostiene en los 700 millones de dólares anuales que contribuirían a la economía del Estado, y la consigna que acompaña a la explotación del ITT es la lucha contra la pobreza. Por otro lado está la conservación del petróleo bajo tierra, postura que ha sido defendida por ex ministros de Energía y Minas, y organizaciones de toda índole que consideran indispensable mantener la virginidad del Yasuní.

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También se ha considerado la posibilidad de que la comunidad internacional compense al Ecuador por la mitad de las ganancias que percibiríamos de explotar el ITT, es decir $ 350 millones. Esto se sustenta en garantizar la integridad física y cultural de los pueblos en situación de aislamiento voluntario, como los tagaeri y taromenane.

Además, los representantes de los huaoranis advierten al Gobierno que bajo ningún concepto consentirán la explotación del campo ITT. Esto hace reflexionar sobre la decisión más conveniente para el país, referente al dilema. Así que preferible sería la lucha ecologista, la conservación de la vida natural del Yasuní y de sus pueblos autóctonos, que son verdadero tesoro nacional. Después de todo, el petróleo solo ha servido para incrementar ganancias de petroleras extranjeras, y unos pocos ecuatorianos que han trabajado para ellas, porque verdaderamente al Ecuador lo mantienen los migrantes.

El milagroso descubrimiento del petróleo ha ayudado poco o nada a erradicar la pobreza, y por el contrario ha devastado nuestras selvas, degenerado culturas ancestrales amazónicas, y explotado a habitantes del Oriente. Los pueblos que solo dependen del petróleo estarían simplemente condenados al fracaso.

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Miguel Molina Díaz,
ecologista, Quito