Los boxeadores cubanos de élite mundial Guillermo Rigondeaux y Erislandy Lara, deportados por Brasil, llegaron el domingo pasado a Cuba, sin haber sido arrestados por su deserción durante los Juegos Panamericanos, según lo dispuso el líder Fidel Castro.

En lo que constituye la primera vez que Cuba admite a deportistas desertores, los púgiles fueron trasladados “provisionalmente a una casa de visita donde tienen acceso sus familiares”, anunció la televisión local. Sin embargo, aún no tuvieron contacto con la prensa.

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En un artículo publicado el domingo, el convaleciente líder cubano, que había acusado de “traición” a los dos boxeadores, dijo que no irían a prisión y se “les ofrecerán tareas decorosas y en favor del deporte de acuerdo con sus conocimientos y experiencia”.

Rigondeaux (26 años), campeón olímpico de Sydney 2000 y Atenas 2004 en 54 kilos, y Lara (24), monarca mundial de los 69 kilos, abandonaron el 22 de julio la villa panamericana antes de competir en los Juegos, y fueron hallados sin documentos el jueves pasado por las autoridades brasileñas en una playa cerca de esa ciudad.

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En Cuba, los aficionados dudan que los boxeadores estén arrepentidos, reprueban la “metida de pata” y lamentan la pérdida de las dos medallas panamericanas, aunque no creen que deban sufrir represalias.

“No creo que estén arrepentidos, lo que pasa es que les salieron mal las  cosas”, opinó un joven de 30 años. Para Gonzalo Manchón, chofer de 60 años, Castro actúa bien; aunque dijo que los púgiles no deben volver a representar a la isla “pues pusieron en peligro el segundo lugar de Cuba en el medallero”.