La cría desde el primer año de edad, cuando –según dice– Sabina, la madre biológica, se la regaló. “Estaba muy delgadita y enferma, porque casi no comía”, recuerda Betty sentada en el portal de su casa en un barrio del sur guayaquileño.
Betty aceptó criarla porque es “mujer, es humano”. Ahora, dice, la considera como una hija, incluso duerme con Carola en la misma cama, porque la niña “es muy temerosa”, pero, asegura que también tiene la obligación de corregirla y castigarla, pues “la negra es berraca, no hace caso, no es como nosotros”.
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Ella misma comenta que hace algún tiempo debió darle $ 40 a unos policías que daban vueltas por su casa para vigilar si maltrataba a la niña y que sus vecinos en ocasiones le han llamado la atención por los gritos que da Carola cuando la reprende.
“No me preocupa (las críticas) porque yo a ellos no les pido un plato de comida”, recalca la mujer, quien es abuela de tres niños a quienes, asegura, también reprende cuando es necesario.
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En su hogar, asegura Betty, Carola es un miembro más de la familia. “Le damos todo lo que necesita, ropa, educación, comida”, afirma mientras muestra fotografías de la niña sonriendo junto a dos hermanas de crianza en la celebración de su primer año de vida o en un cuarto rodeada de muñecos de peluche.
Carola se muestra tímida. Casi no quiere hablar. Solo asiente con la cabeza todo lo que cuenta Betty y obedece algo temerosa. Conoce la verdad de su origen, pero prefiere no opinar sobre el tema, agacha la cabeza y calla.
“Vaya a traer las muñecas para que vean que sí tiene, traiga las Barbies”, le decía Betty durante la entrevista con este medio, mientras Carola se rehusaba tímidamente. Después de 10 minutos de búsqueda, Carola regresó con dos muñecas de raza negra. “Ella tiene el calor de nosotros, que la queremos”, dice Betty al abrazar a la menor.