Guayaquil, al caminarte descubro entre tu presente muchos rasgos de tus antes; a pesar de tu progreso te empecinas en quedarte: que la personalidad no puede sin más borrarse.
Francisco Pérez Febres-Cordero

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En la década de los años cuarenta del siglo pasado, la calle Panamá de nuestra querida ciudad se angostaba y escasamente daba paso a los buses la línea 2, que hacían su recorrido de sur a norte hasta la calle Loja.

Se estrechaba porque gran parte de ella la utilizaban las mujeres que se dedicaban a escoger el  cacao, quienes con un mantel amarrado a la cabeza y otro que estaba tendido sobre el  mismo cacao desparramado, depositaban la pepa que la consideraban no apta para la exportación.

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En esa misma labor, si las escogedoras encontraban que una pepa estaba unida a otra, las separaban con la ayuda de un pequeño cuchillo, que constituía su auxiliar de trabajo permanente.

Cruzadas las piernas,  sobre el improvisado tendal avanzaban de un extremo a otro de la cuadra, para iniciar una nueva tarea, cual máquina de escribir.

El cacao era ‘tendaleado’ por los ‘cacahueros’, que con palas de madera llenaban los sacos para transportarlos a las bodegas de las casas exportadoras del barrio guayaquileño. Viviendas de las empresas Grace, Guzmán, Platón y otras que se dedicaban a comercializar el producto.