Mi relato es para alertar a la ciudadanía sobre el ya conocido uso de cédulas extraviadas o robadas, que aprovechan los delincuentes para enviar droga a través del correo público o privado.

Días después de ser víctima de un robo en el 2004, puse la denuncia en una comisaría como requisito para sacar mi nueva cédula; pero en  octubre del 2006 recibí una llamada del banco en el cual tengo mi cuenta de ahorros, alertándome de su bloqueo por orden judicial.

La razón de dicho bloqueo: un desconocido, valiéndose de mi cédula, utilizó mis datos como remitente de un paquete que contenía dos libras de cocaína y que debía ser enviado a España. Ningún adjetivo explicaría acertadamente las preocupaciones, ira e impotencia que nacieron en mí y que se mantuvieron durante los siguientes meses cuando me enteré de todo este asunto.

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Ese delincuente camufló la droga en una funda de leche, la envolvió en un sobre manila y con mi cédula (según una llamada que hice a una de las agencias del correo nacional, se necesita cédula original, una copia y llevar el paquete abierto) hizo el trámite de envío en una de estas oficinas, sin que se sospechara de su contenido; pero, debido a los controles que la Policía Antinarcóticos mantiene en los aeropuertos, el paquete fue interceptado en las revisiones de rutina que se hacen a todas las encomiendas antes de abordar el avión.

Mi nombre, mi número de cédula y una dirección que no es mi domicilio  fueron los datos usados, lo que provocó que las autoridades reaccionaran como siempre lo hacen ante estos hechos: emitir oficios de alerta a diferentes instituciones, abrir una instrucción fiscal en mi contra, bloquear mi cuenta de ahorros y poner en vigencia una boleta de captura a mi nombre por el delito de narcotráfico, entre otras acciones.

Diez meses después del hecho sigo luchando con mi abogado, aportando pruebas y demostrando mi inocencia ante este delicado caso; como una de las cientos de víctimas de suplantación de identidad que hay en nuestro país. Parece que sigue siendo muy fácil utilizar los datos de otra persona, pues los controles son vulnerables y a los antisociales solo les toma minutos. Pero para los perjudicados en estos casos nos tomará invertir mucho tiempo en aclarar esta situación ante la justicia, sin contar los pesos emocionales que esto conlleva.

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¿Sabré algún día quién usó mis datos ilícitamente? ¡Nunca! Estos delincuentes usando muy fácilmente datos personales que no son los suyos, se vuelven invisibles ante las autoridades y ante todos nosotros.

Eduardo Javier Romero Andrade,
diseñador, Guayaquil