He crecido entre eventos que han marcado la historia de un país que puede desaparecer, de un país que se encuentra sumergido en las ponzoñosas aguas de la corrupción.

Cuando aún no terminaba de dar un vistazo al mundo que me recibía, un presidente moría, el primero de esta nueva era democrática, que así, comenzaba mal.

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Todavía era un infante cuando secuestraban a un presidente. Ya más adelante pude ver cosas increíbles en el Congreso Nacional: ceniceros volar y desfigurar diputados, reyertas entre honorables.

Cuando al fin tomaba interés en lo que sucedía en mi patria, un presidente fue derrocado, bueno o malo, por el congreso de su propio país. Fui testigo de cómo ultrajaban la Constitución, y cómo lo siguen haciendo.

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Viví la pena ver cómo robaban a todas las familias de este país, y la angustia de salir cada día pensando cómo recuperarme; cómo se perdía la confianza en el sistema bancario.

Presencié cómo caía otro presidente en manos de indígenas, liderados por alborotadores, y con esto vi “el triunvirato de una sola noche”. Estuve ahí cuando uno de los alborotadores tomaba las riendas de mi país, y cómo luego él también cayó.

Estoy viviendo la peor época de mi país, porque ni las guerras, ni nada parecido, podrían hacerle lo que nosotros mismos estamos haciéndole.

Hoy somos liderados por unos pocos que buscan su propio bienestar y los demás sufrimos porque nuestros derechos se ven lesionados.

Nos enfrentamos unos a otros, entre el sí y el no, por una Asamblea Constituyente que tal vez no sea la solución, que tal vez no esté planteada de la mejor manera y que, a pesar de que generará cambios, tal vez no produzca los que en realidad necesitamos.
Estamos a punto de terminar como comenzamos, mal.

Christian F. Espinosa Velarde
Guayaquil